Salvado por Saúl

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La alarma sonó y sonó. Estaba sumamente cansado y la idea de verle la cara a mi jefe menos me animaba a levantarme.

—¡Despierta! —Saúl me lanzó una almohada.

—No... déjame dormir hasta que muera —renegué.

—Tienes que ir a trabajar, hombre. ¿Cómo piensas alimentar a tu gato si no trabajas?

—No quiero —di queja, adormilado—. Mi jefe es un tirano acosador—. Abracé la almohada lanzada. Tenía el aroma de Saúl. Era un agradable olor a champú y jabón mezclado con tabaco y perfume.

—¿Acosador? —cuestionó Saúl pensativo.

Abrí mis ojos. Miré a Saúl en su colchoneta en el otro extremo de la habitación, vestía un pijama rojo de seda que parecía bastante costoso.

—Cosas del trabajo. —Me paré desanimado, tomé mi traje del closet y fui al baño de la habitación a vestirme.

Después de atender mi higiene y arreglarme, salí sin desayunar del departamento. Se me hacía tarde para llegar al trabajo. El cielo se encontraba nublado, no quedaba nada del soleado domingo. Pensé en regresar por una sombrilla, pero en lo que lo pensaba ya me encontraba arriba del camión. Al llegar al trabajo hice lo de siempre: pasar mi tarjeta de empleado, subir por el elevador, entrar a mi cubículo, prender la computadora, colocar mis lentes y lanzar un largo suspiro al aire. No tardó en aparecer mi jefe con un café en la mano que dejó en el escritorio de mi cubículo, muy sonriente. Le miré de reojo. Vestía un traje gris satinado y una camisa rosada. Pero no era un rosado delicado, sino un rosado que gritaba a los cuatro vientos: «El hombre que me viste es muy gay».

No quería hacer suposiciones y tampoco quería creer que estaba detrás de mí. Sin embargo, lo hacía.

—Buenos días, es para ti. —Echó una mirada al café en el unicel.

—Buen día, gracias. «Chistoso, el jefe le trae el café al empleado. Debe tener algo», pensé perturbado.

—No viniste —reclamó con una entonación afeminada que me sorprendió.

—Lo siento, tuve una emergencia —mentí apenado.

El perfume del jefe llegó a mis fosas nasales, asqueándome en el momento. Era un aroma penetrante y sumamente desagradable para ser un perfume.

—Esta vez no te escaparás de mí. —Colocó su pesada mano en mi hombro—. Vendré a tu cubículo a la hora de la comida.

—Bien —dije incómodo, sonriendo falsamente.

Mi jefe se alejó sonriente, lo vi desde la distancia pavoneándose mientras relucía su calvez con los bombillos de las lámparas.

Fui a la cafetería para desayunar un panecillo acompañado con un café hecho por mí. Mientras hacía mi trabajo, pensé en qué hacer. Las horas eran como minutos. Mi corazón me gritaba que me escapara. No le hice caso. Después de un par de llamadas, la hora de la comida llegó. Vi a mis compañeros dejar su respectivo cubículo mientras hablaban entre ellos y se dirigían a la cafetería.

—Aquí está mi chico músico favorito —escuché en la lejanía la voz de Saúl.

Creí que fue una alucinación. Sin embargo, al girarme, lo miré. Llevaba puesto un gafete de invitado, un traje de pana y se tambaleaba un poco en su andar. Al estar cerca de mí, pude oler su aliento alcohólico. Sorprendido me paré de mi lugar.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que te dejaron pasar? ¿Cómo es que sabes que trabajo aquí? —pregunté entre susurros.

—El guardia es fan de mi trabajo. —Sonrió despreocupado—. Mentira, le dije que era tu novio y que venía a traerte la comida.

—Estás demente. —Fijé mi mirada en Saúl, molesto. Pero realmente me sentía salvado por él.

—Es que no quiero comer solito, vamos a comer juntos. —Hizo un puchero.

—¿Qué hay de Charlotte?

—No la he visto desde la mañana. —Se encogió de hombros.

Mi jefe se acercó y mientras lo hacía, miró de pies a cabeza a Saúl.

—No puede ser, yo lo conozco —habló emocionado—. ¿Eres el escritor de La Triste Vida de un Vampiro? Tengo toda la saga —reveló animado.

—Ah, ¿tiene una saga? —pregunté en voz alta lo que pensé.

—Hola, mucho gusto. Vine por mi amigo —reveló serio. Su vozarrón hizo eco y agitó mi corazón con sus falsas declaraciones.

—René, no sabía que conocías a un escritor tan aclamado.

—Cosas de la vida, mejor vamos a comer. —Avancé, alterado, fuera de mi cubículo.

—¿A dónde iremos? —preguntó mi jefe.

—Síganme, sé de un buen lugar cerca de aquí —dijo Saúl.

Fue extraño lo sucedido. Terminé en una terraza cerca del edificio donde trabajaba comiendo con Saúl y mi jefe. Hablaban de libros y eventos. No me pareció relevante nada. Ni la comida, menos el lugar. Presté atención a la conversación cuando mi jefe platicó de la exesposa de Saúl.

—¡Y estás casado con la artista Melissa! Amo todas sus obras, tengo un cuadro de ella que compré en una subasta con mi aguinaldo —reveló. Estaba tan emocionado que hablaba en voz alta.

Saúl arqueó una ceja al escuchar el nombre de su exesposa. Ahí supe que él no había hecho público lo de su separación. Me pareció extraño. Dos personas famosas separadas y que nadie que se colaba en su ambiente lo supiera. Miré a Saúl, le hice preguntas con mi mirada. Él me desvió la mirada y torció la mueca. Entonces llevé mi vista a su cabello castaño, se agitaba con el aire uniéndose a la vista de las nubes plomizas que ofrecía la terraza. Me pareció que estaba triste. No hablé. Sólo me limité a escuchar y jugar con la pajilla de mi bebida.

Por suerte, la hora de la comida pasó rápidamente. Me despedí de Saúl y antes de entrar al edificio, le pedí que no tomara más. Asintió y con un cigarro en los labios se fue después de despedirse de mano con mi jefe.

Lo vi alejarse y me ofreció una escena que parecía sacada de una pintura. No importaba mucho el entorno, el hombre de traje y de postura de rey se quedaba con el protagonismo de mi visión. Transitaba en las solitarias calles grises de una ciudad tapizada de edificios, dejaba detrás de él un efímero rastro de humo y otorgaba color al cielo plomizo con sus ondulados cabellos que se ondeaban por el aire. El viento, al par de su andar, arrastraba hojas secas.

Las nubes dejaron caer el agua que contenían junto con truenos escandalosos. Mientras hacía mi trabajo, la curiosidad me motivó a buscar en internet sobre la exesposa de Saúl. Al poner su nombre en el buscador, quedé desconcertado. Era una hermosa joven. Su piel era negra como el universo y sus ojos avellanas parecían estrellas orbitando en su jovial rostro de facciones marcadas. El cabello era tan rizado como largo y su silueta delicada emitía una aura de elegancia y soberbia.

Un rayo cayó cerca del edificio y la luz se fue, no pude ver más fotos de quien me pareció una modelo preciosa. 

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora