D i e c i s i e t e .

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No era mi intención sentir
Que una vida a tu lado
Es mejor que una vida sin ti.

Heather no respondía ni a mis mensajes ni a mis llamadas. A decir verdad, me preocupaba. No la había visto nunca tan destrozada como parecía en el instituto. ¿Qué le habría pasado para estar así?

Quizá podría ir a visitarla.

Con ese pensamiento en mente, me levanté del sofá.

Entonces me di cuenta de que nunca había estado en su casa. No sabía su dirección. Yo era su mejor amiga en el instituto, por lo que dudaba que cualquier otra persona supiese donde vivía.

En fin, las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

Escribí un mensaje a Blanca. Si seguía en el instituto, podría conseguirme los datos de Heather con bastante facilidad. Ella, como buena adicta al Candy Crush que es, me respondió rápidamente con la dirección de Heather.

Busqué la dirección en google maps. Sabía que Heather solía tomar un autobús distinto al mío para ir a la escuela, por lo que cabía la posibilidad de que viviese algo lejos de mi casa.

Y así era. Vivía a más de nueve kilómetros de donde yo estaba. Según google, a dos horas y once minutos andando. Catorce minutos en coche, pero no tenía a nadie que pudiera llevarme. Tenía que coger dos autobuses para llegar hasta allí.

La amistad puede a la pereza. Me di dos palmaditas mentalmente.

De camino a la estación de autobuses pasé por un veinticuatro horas y compré una bolsa de patatas fritas y un paquete de galletas de chocolate. Es bien sabido por todos que no se puede animar a alguien sin comida.

Una vez sentada en el autobús, un pensamiento inteligente cruzó mi mente. ¿Y si Heather no estaba en casa? Sin embargo, me dije que ya era muy tarde para arrepentirme y me limité a rezar al gran Google todopoderoso para que Heather sí estuviera en casa.

Bajé del autobús siguiendo las indicaciones del GPS y continué caminando, con los dedos cruzados, hasta llegar a una pequeña casa amarilla con el número ocho dibujado sobre la puerta. Según google, había llegado a mi destino.

Eché un vistazo a los alrededores de la casa con curiosidad. Vivía en un barrio bastante alejado del centro, con casas rodeadas por jardines que solo estaban separados por vallas de madera. El jardín de Heather estaba muy poco cuidado. El césped estaba cubierto de hierbajos y hojas anaranjadas que volaban al caer de un árbol hasta aterrizar frente a la pequeña casa amarilla.

Abrí la puerta de la valla y me dirigí hasta el porche. Toqué al timbre una vez y esperé a que alguien me abriese. Finalmente, una mujer joven y muy parecida a mi amiga abrió la puerta. Habría jurado que entre aquella mujer y yo no habían más de quince años de diferencia, pero sabía que Heather no tenía hermanos, por lo que debía tratarse de su madre. Era igual de delgada que Heather y poseía el mismo cabello rubio encrespado que ella. Sus ojos eran de un color castaño y estaban algo rojos. Eso, junto al aspecto apelmazado y húmedo de sus pestañas, me hizo pensar que podría haber estado llorando.

—Esto... hola —dije, tímida pero educadamente—. Soy Katherine, una amiga de Heather del instituto.

Sus ojos se abrieron ligeramente, difuminando un poco la tristeza de su mirada.

—¡Oh, Kate! He oído hablar de ti. —Esbozó una sonrisa frágil—. Soy Cora, la madre de Heather.

Le devolví la sonrisa.

Kate & Ethan ✔️ | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora