Capítulo 4: The Lemonade Club

1.5K 177 89
                                    

El aula de detención estaba prácticamente vacío, exceptuando tres almas presentes: el profesor Kovacs, que era el encargado en turno de vigilar a los chicos castigados; Harry, por supuesto, por el incidente de insultar tan a la vista de todos a uno de sus compañeros, y por último, Jeremy.

—¿Es una broma verdad? —pensó la única mujer en el aula, cargando su mochila sobre el hombro, al ver a su lado a él: el que era casi nombrado de manera no oficial como el rey de Hopewell High; querido por alumnos y estudiantes casi al mismo grado. 

Antes de poder pensar en algunas hipótesis, el profesor no tardó en hacerse notar.

—Así que, supongo que debo de agradecer que me tocará vigilar el aula en esta primera semana: casi siempre es cuando hay menos estudiantes castigados —indicó en su trayecto al escritorio—. Señorita Milovic; ya nos conocemos. ¿Algo que decir en su defensa?

—Si viera al muchacho pelirrojo ese vería por qué es tan fácil insultarlo.

—Oh, ¿el señor O'Brien, verdad?

—¡Sí! ¡Ese mero! ¡Sabía que no era la única que veía eso! ¡Ese andar de perdedor y cara constantemente asustada!

—Es mi hijo.

—¡Todo un ganador! ¡Se nota en los genes!

—No; no lo es, era un chiste señorita Milovic.

—¡Nada de eso! —exclamó señalando con su índice —. ¡Los maestros no tienen derecho a hacer bromas! ¡Tienen demasiado poder entre manos! Sería como un verdugo diciendo "ahí va el hachazo... ¡Ja, era broma!"

—Tome asiento señorita Milovic, que en días así, el único hachazo que quisiera es hacía mi cabeza —contestó el docente, encogiéndose de hombros. Apenas había conocido a esa estudiante, y ya podía darse una buena idea de cómo será su experiencia de preparatoria. Bien podría decirse que oraba por dos resultados: que la expulsaran pronto, o la adelantaran de año.

En lo que buscaba su pupitre, Harry echó un vistazo a su compañero de castigo (algo que no es tan sadomasoquismo como podría pensarse), intentando concebir qué pudo haber hecho ese chico; apreciado al grado de sentir que el arrojar pétalos de rosa en su camino no sería un acto de todo fuera de lugar.

Entonces, una vez más en calma, observó una imperfección en su perfecto rostro: un moretón. Era pequeño, pero se podía notar si se le veía del ángulo correcto y a una distancia cercana. El niño de oro tenía una pequeña muesca en su superficie.

—Bueno, entonces solo pido que no hagan mucho ruido —el profesor les sugirió—, que me duele un poco la cabeza, ¿de acuerdo?

—Si sirve de algo: mi tía dice que para curar la borrachera nada como las patas de pollo crudas.

—¿Por qué supone que es por causa de la bebida, señorita Milovic?

—No lo sé: apenas es martes, es maestro de una escuela pública: haga la matemática.

Puede que no fuera el argumento más ilustrado, pero el profesor Kovacs no podía negar que muy a su manera, la alumna tenía un fuerte sentido de la lógica y la deducción. También pudo jugar un poco su aliento con ciertos toques etílicos. 

El hecho que de pronto sintió el aroma del alcohol rebotando en su boca pudo ser otro indicador.

—¿Me disculpan? —les dijo—. Necesito revisar algo... voy al sanitario, no tardo mucho. ¡No se muevan! ¿Vale?

Ambos estudiantes concordaron, y el maestro salió del aula.

—Le hubiera ofrecido una menta si lo hubiera pedido —dijo Harry en lo que se reclinaba y colocaba sus pies encima de la mesa del pupitre.

¿Cómo Te Lo Digo Querida Jo?Where stories live. Discover now