Capítulo 14: Memoria de Mis Putas Tristezas

808 96 67
                                    

Desperté con confusión; no tenía sentido de orientación alguna, ni un gramo de ella en mi cuerpo. Fue así por unos cuantos segundos, pero en aquel momento fue más que tiempo suficiente para llenarme de terror el alma.

Lo que siguió, no obstante, inyectó un pavor todavía mayor en mi ser.

Bien, por fin despiertas —escuché en voz de mi padre.

Conforme mi visión se aclaraba, pude atestiguar de mi ubicación; era su oficina en el hospital dónde labora: un pequeño consultorio, modesto para un trabajador de la salud, pero valioso para un trabajador inmigrante como él. Me encontraba recostada en una silla mientras él examinaba mi rostro.

Una pequeña baja de la presión —comentó—. Me tenías muy preocupado, hija.

Oh... sí... es que... creo que tuve un sueño muy raro —contesté, sintiendo mi cabeza volviendo a tomar control y poniendo orden a mis pensamientos—. Porque sentí que un chico me decía...

Hay algo de lo que quiero preguntarte al respecto —me dijo, y supe que era en serio porque me lo comentó en tagalog (hago el favor de traducir al instante, pero poco colapsa las esperanzas de un niño hijo de inmigrantes que el que te hablen en el idioma del país nativo).

¿Qué es padre?

Bueno... ¿qué hacías en el centro?

En ese segundo me di cuenta que él no tenía razón para saber de eso, y que me encontraba más acorralada que un ratón en un laboratorio.

¿C-cuál centro? —repliqué, sintiendo el rocío de sudor filtrándose por mis poros.

Pensé que estarías ayudando a alguno de tus amigos a estudiar —me recordó—, pero en su lugar, estabas en el centro de Toronto; tienes suerte que estuviera cerca para atenderte, ¿cómo crees que me hubiera sentido si es que no fuese así? Saber que mi hija se desmayó, ¿cómo no podría pensar que te hicieron algo? ¿O en qué pasos estás?

Quizá porque era un profesional de la salud, o quizá porque todos los padres son así en menor o mayor grado, pero él era un experto en imaginar escenarios perjudiciales para mí: el ser asaltada, el ser violada, el perderme en medio de un lugar desconocido (a pesar que he vivido en Canadá toda mi vida). Incluso podría pensar que el que me cayera un meteorito era una posibilidad real.

Y sin embargo, el pensar que un chico podría interesarse en mí... eso, para él, no era concebible. Bien podría haberle pedido que tradujera etrusco y se le hubiera hecho más fácil que pensar en que un muchacho poniéndome atención.

La próxima vez que ayudes a alguien, en especial un jovencito con sus materias, quiero saber muy bien dónde van a encontrarse estudiando —insistió—. Tienes suerte que tu amigo ese, Tyler se encontrara ahí.

¿Hablaste con Tyler? —pregunté sonrojada (o lo más que se puede a ello con mi tono de piel).

Muy amable el muchacho —respondió en lo que mi padre se lavaba las manos—. Me dijo que le estabas echando una mano con algunos trabajos de la escuela, pero que el libro que necesitaban sólo podía encontrarse en una biblioteca del centro.

Eso es putamente brillante... el idiota tiene cerebro después de todo.

¿Dijiste algo?

¡N-no! ¡E-es sólo que...!

Mira, soy médico: los días pueden tomar rumbos muy extraños —explicó acercándose—. Y tú entenderás de eso muy bien cuando trabajes. Pero estas calles pueden ser peligrosas: si tienes que ir a algún lado en lo de la escuela, quiero que me avises por teléfono la próxima vez. ¿De acuerdo?

¿Cómo Te Lo Digo Querida Jo?Where stories live. Discover now