Prometiste volver

265 21 21
                                    

(Al final habrán aclaraciones importantes sobre los hechos históricos)



Haca muchos, muchos años.

    Cuando me pedís te que te siguiera

me negué a hacerlo si eso implicaba

   jamás ser libre.

Incluso cuando estaba tan sólo.




–¡Río de la plata! ¿¡Dónde estás pequeña sabandija!?

–¿¡Por qué siempre logra escaparse!?

Los humanos gritaban mientras buscaban por ese puerto casi abandonado a la pequeña colonia española. El pequeño Martín Fernandez con una edad aparente de trece años observaba como se alejaban desde su escondite. Sonreía triunfante por haber burlado a sus escoltas una vez más, esos idiotas siempre lo perdían de vista. Camino sigilosamente hacia el lado contrario disfrutando el paisaje casi desolador cuando sintió que unas pequeñas patas se posaban sobre su hombro.

–¿Puedes creer a esos tontos, Alonso? ¡Querían castigarme por hablar con Luciano! ¡Otra vez! No sé cual es su problema. Ellos dicen que tengo que escuchar a Antonio, que es por mi bien, bla, bla, bla. ¿Qué va a saber Antonio de lo que es bueno para mí si nunca viene? Sin mencionar que es muy aburrido estar todo el tiempo con sus humanos. Ni me deja juntarme con los míos, ahora ya ni deja que hablé con Seba. Se está volviendo paranoico. Además el papá de Lulu parecía agradable, hasta me dio un espejo que le di a los clérigos para que me dejaran de molestar con que necesitan dinero.– El pájaro lo observaba en silencio cuando la colonia lo miró a los ojos solo soltó un pequeño silbido. Martín soltó un suspiro resignado.– Lo siento, sé que esto no te importa. Es que llevo semanas sin hablar con nadie más, esta vez me trajeron a casa antes de llegar siquiera a Misiones. No sé porque Antonio está tan obsesionado con que este sólo, si al menos el viniera seguido como antes... tal vez no estaría tan solo.

Río de la Plata le dio unas semillas al hornero ignorante del peligro que lo acechaba.

–You really talk a lot, the Portugal's colony was not lying (realmente hablas un montón, la colonia de Portugal no estaba mintiendo).– La voz extraña hizo sobresaltar a el hispanoamericano quien no esperaba tener compañía. Martín, que no había entendido absolutamente nada, saltó asustando también al Hornero que voló y se posó ahora sobre su cabeza. El aparente niño observó a la nación más antigua con confusión pero ya más tranquilo se sostuvo el pecho.

–¡Dios santo bendito, pensé que eras un soldado! Por cierto... ¿Quién sois?– El inglés algo sorprendido por la reacción se limito a sonreír con superioridad y responder en un español regular.

–¡Soy el imperio de Gran Bretaña, conquistador de las tierras de...

–¡Ah! El pirata cejón! Ya me preguntaba que tenías en la cara, pensé que era mugre. –Martín no decía esto con una real intención de molestarlo pero la expresión del mayor se había endurecido.

–¡¿Cómo me llamaste?!

–¿Pirata cejón? Así es como siempre llama Antonio a Gran Betaña. ¿Vos no dijiste que te llamabas así?–El hornero silbo en la cabeza del hispano mientras el inglés intentaba mantener la cordura y no atacar a una colonia ajena sólo porque sí. Tenía otros planes. – ¿Qué?

No me dejes soloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora