Capítulo 5

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V

La luz de la mañana se colaba en la inmensa habitación a través del ventanal que daba a los inmensos jardines de su morada. Las cortinas impedían que su fuerza devastara la tranquilidad de la tenue estancia. Sobre la cama, envuelta en sábanas de seda, descansaba con los ojos cerrados, el rostro tranquilo y los cabellos enredados.

Solo el pequeño surco violeta bajo sus ojos delataba que no había sido una noche tranquila de descanso pues tras el baile una tormenta pereció desatarse en su alma, notaba su intranquilidad, la pequeña espina del miedo clavada en su corazón, su alma agitada y la voz de la razón gritándole una y otra vez que ella era el enemigo, su objetivo, el objeto de su venganza...

Durante años la idea de destruir a Inés Arrimadas le había obsesionado, portándola prácticamente a la locura, empujándola a abandonar la comodidad de Londres donde su nombre era reverenciado y enfrascarse en un viaje cuya meta se tambaleaba sobre frágiles cimientos, una sonrisa de la joven Arrimadas y todo cuanto siempre había deseado se destruiría.

Con el sonido de los pájaros anunciando la mañana, su empeño se centró en mantener lo ojos cerrados, abandonándose al cansancio mientras su cuerpo desnudo, perlado por pequeñas gotas de sudor, buscaba acomodarse bajo el manto de sábanas suaves, acariciándola como a un bien preciado. A su lado, la tenue respiración de su doncella como señal inequívoca de que esta seguía sumida en un apacible sueño. El calor de su mano acariciando su vientre, ahí donde cayó al dormirse unas horas atrás, cuando el cansancio del largo ajetreo nocturno la dejó sin aliento, reconfortaba tibiamente su alma, plagada de soledad.

Recordaba vagamente aquella noche helada en la que la fortuna le condujo a recoger a esa muchacha que en ocasiones compartía su lecho. Se acercaba navidad y Londres estaba cubierto de un manto blanco grisáceo debido a la mugre que paseaba por sus calles. Ella volvía a su morada en su carruaje cuando vio a una muchacha harapienta y temblorosa solicitando limosna a la salida de la iglesia. En cualquier otra circunstancia jamás se habría detenido mas las fechas emblemáticas en las que estaban enternecieron su alma y decidió que esa chica podía servir como doncella en su palacete.

Ya hacía más de cinco años que Karen entró a trabajar para ella y durante todo ese tiempo se fue forjando una extraña amistad entre las dos, era una de las pocas personas que conocían el secreto de su identidad, también, junto a Gabriel, era de las pocas a las que les permitía inmiscuirse en sus asuntos y opinar libremente sobre ellos, agradecía sus consejos aunque no solía ceder a sus demandas, obcecada como estaba en sus propios intereses.

Perdida como estaba en sus pensamientos, no se percató de que Karen había despertado y se entretenía dibujando formas en su vientre, intentando llamar su atención. Cuando por fin aterrizó y abrió los ojos, estos se encontraron con el rostro sonriente de la muchacha que, tras susurrar un buenos días, deposito un beso sobre sus labios como solía hacer siempre que amanecía a su lado.

Sin responder al saludo de su doncella, se estiró perezosamente y se incorporó, buscando una prenda para cubrir su desnudez apenas visible por la tenue luz que conseguía colarse a través de las cortinas.

Mientras intentaba dejar el lecho, Karen, que la conocía demasiado bien, aferró con ternura su muñeca reteniéndola y se dirigió a ella con picardía y algo de curiosidad.

-¿A dónde vas? Es temprano, puedes quedarte un rato aquí y podemos hablar sobre los motivos que tenías anoche de traerme a tu cama, hace mucho que no lo solicitabas.

-Tengo hambre, es todo.

-No lo es, vamos Irene sabes que puedes contármelo. No es que me queje de compartir tu lecho, solo quiero entender qué pasa por tu cabecita.

RevengeWhere stories live. Discover now