Capítulo 9

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IX

Durante unos instantes, Inés miró a su esposo entre curiosa y divertida, intentando entender su extraña revelación mientras el conde la observaba tembloroso. Sus ojos oscuros teñidos de miedo y angustia mientras los nervios carcomían su estómago, esperando la reacción de su mujer, una reacción que tardaba en llegar y que no auguraba nada bueno.

Finalmente Inés habló, intentando ahogarla risa nerviosa que notaba en la boca de su estómago y entender las palabras de Alexander.

-Pero mi señor, Irene es un nombre de mujer... No lo entiendo

Una tímida sonrisa en sus labios sonrosados, incitando al conde a continuar con su historia, a explicarse mejor, le dieron a Irene el valor para continuar, al fin y al cabo Inés no había salido corriendo ni la había acusado ofendida.

-Lo sé, y es mi nombre porque yo soy una mujer Inés, una mujer que ha vivido toda su vida disfrazada de hombre, sustituyendo a un niño muerto, haciéndose pasar por él para que el nombre Montero no callera en el olvido

Una vez más se hizo el silencio entre ellas, silencio entrecortado por la agitada y nerviosa respiración de Irene, mirando a su mujer, buscando indicios de cólera y horror en sus gestos mientras ella solo observaba la pared con el rostro pensativo. Finalmente Inés volvió su mirada hacia ella con una tímida sonrisa en sus labios, descolocando por completo los esquemas de la joven Montero.

-Ahora comprendo por qué no queríais desposarme en un principio, por temor a descubrir vuestro secreto.

-No quería implicarte en esta vida de mentira y engaño Inés, tú mereces a alguien que sea real, no un disfraz como yo... Quise alejarme, marcharme, quise darte la oportunidad de otra vida lejos de mi pero no pude, me enamoré y la idea de imaginarte en brazos de otro, compartiendo tus días con alguien que no fuese yo me destruía, fui egoísta mas no tenía elección, no podía soportar vivir una vida sin que tú estuvieras a mi lado...

Sus palabras, ensayadas durante días, desde que pidió su mano para convertirla en su esposa, enmudecieron ante Inés, colocando suavemente la mano en su rostro y obligándola a mirarla a los ojos, esos ojos almendra que la habían embrujado por completo.

Tímida pero decidida, la castaña junto sus labios en un casto beso, solo un roce, una pequeña caricia que bastaron para robarle el aliento y abandonarse a su dulzura, cerrando los ojos sintiendo como su corazón se desbocada en su pecho y su vientre ardía de deseo.

-Seáis hombre o mujer, Alexander o Irene, seguís siendo la misma persona de la que yo me enamoré. Jamás traicionaría vuestra confianza, será un secreto que con celo guardaré, lo prometo. Solo no me alejéis por miedo a herirme, no me apartéis de vuestro lado nada más empezar, hace unas horas juré que sería vuestra hasta el día de mi muerte y así será.

-¿No os enfadáis mi señora? Os mentí...

-No, no tengo ganas de enfadarme, no en nuestra noche, no hoy.

Un pequeño suspiro de alivio escapó de sus labios mientras sentía que el peso aplastante que llevaba sobre sus hombros ocultándole a su amada su verdadero ser desaparecía. Sonrió con ganas mirando sus ojos, sus labios, su rostro que había memorizado de tanto contemplarla esas largas tardes bajo el manzano. Sin un rastro de duda en sus actos cortó la escasa distancia entre ambas, devorándola con un beso desenfrenado, apasionado, un beso que sabía a libertad, a verdad, provocando que un ligero gemido se escapara de los labios de Inés, abandonada como estaba a la pasión arrolladora de su joven esposa.

Cuando finalmente se cortó su contacto, sus jadeos ahogados tardaron unos segundos en apagarse mientras no podían dejar de mirarse a los ojos y sonreír.

RevengeWhere stories live. Discover now