Lo que dice la lluvia

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— ¿Estás mejor? — preguntó el moreno tendiéndole el vaso de agua que había ido a servir rápidamente a la cocina.

— Sí, sí... gracias — respondió tímido antes de darle un sorbo, ya con la respiración calmada luego de haber cesado el llanto hace unos minutos.

Habían entrado corriendo al rellano intentando evitar mojarse, sobre todo a Dani que iba a cuestas del moreno todavía dormido. No tuvieron mucho éxito y, aunque el niño se mantuvo prácticamente seco, ellos se mojaron bastante, sobre todo de cintura para arriba. Unos minutos después Raoul estaba sentado en el sofá del salón y Agoney, luego de acostar al pequeño en su habitación y cambiarse de ropa lo más rápido que pudo, se dirigió a la cocina a servirle un vaso de agua.

— ¿Quieres que te preste algo de ropa? — rompió de nuevo el silencio.

— No, estoy bien.

— De verdad, no es problema.

— Bueno... una sudadera no estaría mal. La chaqueta está empapada y tengo un poco de frío — un pequeño escalofrío acompañó la frase, como si fuera un intento de su cuerpo de demostrar que lo que decía era cierto.

— Vale, enseguida vuelvo — dijo el canario antes de dirigirse nuevamente a su habitación, esta vez en busca de una sudadera y una toalla.

» Toma — le entregó las cosas en cuanto regresó — Para que te seques un poco el cabello — le aclaró al ver que miraba extrañado la pequeña toalla.

Un rato después, ya los dos secos y cómodos estaban sentados de lado en el sofá, uno frente al otro. Era cerca de media noche y Miriam seguro estaría durmiendo, al día siguiente trabajaba temprano, por eso la distancia entre ellos era corta para evitar alzar demasiado la voz. Sus rodillas apenas separadas por unos cortos centímetros.

— ¿Quieres hablar? — finalmente preguntó casi en un susurro Agoney. Al fin y al cabo era para eso que estaban allí. A menos que el rubio se hubiese arrepentido por supuesto, no pensaba presionarlo aunque sabía que lo necesitaba.

— No sé por dónde empezar — suspiró exageradamente. Quería hablar, pero era complicado — Creo que... las cosas no están bien con Rodrigo.

Lo había soltado.

Por fin. El peso en su pecho se había aliviado, al menos un poco.

— ¿Ha pasado algo? ¿Discutieron? — ahora que el catalán se había atrevido a hablar Agoney haría lo posible para que lo soltara todo y pudiera descargarse.

— No. A ver... — intentó acomodar sus pensamientos y explicarse lo mejor posible — no ha pasado nada. Y creo que ese es un poco el problema. Su trabajo es muy demandante, cada vez más, y yo me siento muy solo. Pero le amo — agregó lo último rápidamente — Nos amamos.

Su voz se quebró un poco, el nudo volviendo a instalarse en su garganta y sus ojos inundándose de lágrimas nuevamente. Carraspeó mirando hacia arriba, no quería llorar otra vez. Era una tontería, se repetía. Todo lo que estaba planteando era una tontería. Seguro el moreno estaba pensando en cómo decirle que era un tonto por llorar así por ese motivo, que volviera ya a su casa y dejara de sacarle tiempo con semejante estupidez. Es que tendría que haberlo pensado antes, por qué iban a importarle al tinerfeño la cantidad de cosas que pasaban por su cabeza. Tendría que haber dejado a Agoney y Daniel en la puerta y vuelto a casa lo más pronto posible, evitando hacer el ridículo.

Su cadena de pensamientos se cortó cuando oyó un sollozo. Se sorprendió porque, esta vez, no salía de sus labios. Bajó la mirada al instante encontrándose frente a él un Agoney con lágrimas cayendo por sus mejillas siendo limpiadas enseguida por el dorso de su propia mano.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora