El olvido es una fantasía

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El tiempo se había detenido.

Sus labios estaban sobre los de Raoul, y Agoney sentía que no podía respirar.

¿Era real o estaba soñando?

Fue sólo un instante, una mínima fracción de tiempo, un segundo en el que sus labios se juntaron con los del rubio.

Y después nada. Sólo el repiqueteo de las gotas golpeando contra el ventanal como único sonido de fondo.

Abrió los ojos al instante, encontrándose con los ojos color sol de frente. Mirándolo de cerca, muy cerca.

— Lo siento — fue el moreno el primero en hablar, susurrar más bien. En realidad no lo sentía, para nada, y ni siquiera sabía si le correspondía pedir disculpas. Después de todo no sabía ni quién había acortado el tramo final, o si habían sido los dos a la vez.

Como atraídos por un imán, sus ojos no se despegaban, sólo por pequeños momentos a veces para mirar el resto del rostro ajeno. No podían separarse.

Un instante, y sus labios estaban colisionando nuevamente. Esta vez un contacto no tan suave si no más intenso que duró un poco más, aunque fuera un mero latido. Quizás dos segundos en vez de uno.

— Yo... — habló esta vez el catalán en cuanto se separaron al instante — Yo no... Eh... Que... O sea... Es que yo... Em...

— Raoul — le frenó el canario, realmente debía estar más que nervioso si ni siquiera le aparecía su característica verborragia.

— Lo siento — le salió más con tono de duda que de afirmación.

— No tienes nada que sentir, fuimos los dos ¿no? — dijo dudoso.

El rubio simplemente asintió.

— Fue... la situación y... — dejó de hablar. No sabía qué más decir, suspiró sonoramente, aún sin separarse.

— Claro...

El silencio se instaló otra vez en el ambiente. Aún seguían juntos pero esta vez sin mirarse.

» Deberías irte — dijo finalmente el moreno, regresando su vista hacia el rostro del menor — Quiero decir... es tarde y todo eso.

— Sí... Sí, claro — comenzó a asentir repetidamente mientras finalmente se alejaba del cuerpo del canario para ponerse de pie.

Una vez parado junto al sofá el rubio no tardó en buscar sus cosas, de repente apresurado por irse.

Agoney simplemente se paró lentamente, con la tranquilidad que lo caracterizaba aunque por dentro se estuviera muriendo de los nervios. Y lo acompañó a paso lento hacia la puerta del nuevo piso y luego en el ascensor hasta el portal en un silencio ensordecedor.

— Nos vemos — fue él quien habló en cuanto llegaron, finalmente despidiéndose en esa noche tan particular que habían vivido.

El rubio suspiró y luego asintió antes de responderle.

— Nos vemos — repitió, para dejar después un beso rápido sobre la mejilla del mayor y desaparecer en el interior del coche lo más deprisa que pudo.

Ambos sentían esa despedida como una promesa de que todo estaría bien. Y lo agradecían, porque nada querían menos en el mundo que aquel beso (bueno, aquellos besos) que compartieron arruinara la relación tan linda que habían logrado recuperar después de todos esos años de distancia.

Era la primera noche que dormiría en esa cama, pero la parte de dormir no estaba llegando.

Hacía ya más de dos horas desde que Agoney se había acostado después de poner algo de orden en el salón y la cocina. Pero aunque su cuerpo estuviera agotado y le pidiera un descanso con urgencia, su mente no paraba.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora