Agua bailando en manos del sol

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La adolescencia es la etapa del crecimiento y, junto con él, de la revolución hormonal.

Cuando Raoul tenía dieciséis años lo sentía todo a flor de piel. No era que pensara todo el tiempo en eso, pero la realidad era que la mayoría de sus pensamientos estaban invadidos por eso. Sexo. Chicos. Sexo con chicos.

Lo deseaba, bastante realmente, pero no era algo que sucediera y un poco le frustraba a la par que le desesperaba. Quería sentirse deseado igual que él deseaba a los demás. Pero no pasaba. Y por eso parecía estar un poco obsesionado con hablar del tema.

Con todos menos con Agoney, con él no. Con su mejor amigo era distinto. Siempre había sido muy reservado con eso, en cuanto se enteró que era gay creyó que era por eso, pero ahora que lo sabía tampoco soltaba palabra sobre el tema y él lo respetaba. Así que con él de eso no se hablaba, no más allá de que bueno esta aquel, una respuesta afirmativa del otro y fin, se acababa.

En cierta parte eso le gustaba a Raoul. Tener un amigo con el que compartir las cosas de una manera diferente. Sí, era guay hablar de chicos y de sexo y de todas esas cosas que quería conocer. A veces lo hacía, aunque no obtuviera más que escuetas palabras del moreno. Pero lo lindo de su relación era todo lo demás. Todas y cada una de las cosas que podía compartir con el canario y no con ningún otro de sus amigos, eso era lo que más le molaba.

Tener la confianza como para quedarse casi cada noche en la casa de Agoney también era algo que le gustaba y disfrutaba de más. Pasar tiempo juntos era su cosa favorita en el mundo y no importaba dónde fuera, cuanto más tiempo pasara con su amigo mejor. Esa noche no era la excepción.

— Venga, apaga — había susurrado el moreno.

Habían pasado horas jugando a la consola en la habitación del mayor y les habían dado las tantas. Era tarde sí, pero al catalán no le apetecía dejarlo, se estaba divirtiendo mucho. Era una noche de sábado después de todo.

— No seas amargado, vamos — se quejó.

— Raoul de verdad, que es tarde y hacemos mucho ruido — rebatió — Ya jugaremos mañana, ahora apaga.

— Oblígame — lo retó.

Nunca había entendido la manera en la que el canario se lo quedó mirando. Tampoco tuvo tiempo de analizarlo demasiado porque, de un momento a otro, lo tenía encima, intentando quitarle el mando que había tomado escondiéndolo detrás suyo.

— Venga dámelo — decía lo más bajo posible para no despertar a sus padres.

— Nunca — reía el rubio.

Intentaban no hacer ruido pero era imposible. El forcejeo era desordenado, con todas sus extremidades enredadas entre sí. Y era divertido, muy divertido. Siempre que estaban juntos lo era.

— No tienes escapatoria, dámelo — había dicho el canario en cuanto quedó a horcadas del menor, respirando agitado por el esfuerzo.

— Que no — continuaba sin rendirse el más pequeño.

— Vale tú te lo buscaste — le advirtió.

El moreno lo tomó bruscamente de las muñecas, apresándolas encima de su cabeza que reposaba en el colchón. Sus miradas se encontraron intensamente por un instante. Al siguiente, Agoney arrebató el mando de las manos del menor y se alejó, distanciándose completamente del rubio.

— Listo — apagó la tele en cuanto volvió a su anterior posición inicial, sentado sobre el colchón y no sobre el cuerpo de su amigo.

— ¿Desde cuándo tienes tanta fuerza? — preguntó sorprendido Raoul, aún tirado sobre el colchón, perplejo con lo que acababa de suceder.

Petricor | RagoneyWhere stories live. Discover now