Treinta

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María José llevaba puesto unos jens, una chaqueta cerrada totalmente, unos vans desgastados y un choker en su cuello, todo era de color negro. Igual llevaba puestas unas gafas de sol.

Daniela podía jurar que era la misma ropa con la que se habían visto por primera vez, pero no estaba totalmente segura. No lo recordaba muy bien

Solo que ahora había algo diferente, mucho para ser verdad. La ropa ya no se veía igual en ella.

Y ella no parecía realmente ella.

Desde varia distancia atrás se podían notar sus labios resecos, su piel más pálida de lo normal y una notable perdida de peso.

Su chaqueta ya no era un grandioso adorno en su cuerpo que le hacia resaltar sus grandiosos atributos, sino que ahora parecía nadar en ella. Sus pantalones ya no parecían jeans, no tenían ni más mínima capa de piel a la cual adherirse, Daniela estaba casi segura de que había estado obligada a usar un cinturón para que no se le bajasen. Sus vans ya no parecían delicados escudos para proteger sus maravillosos e indivisibles pies, ahora parecían molestarle. Su choker no estaba bien abrochado y las gafas negras parecían querer ocultar algo. Su postura ya no era autoritaria ni erguida y su mirada parecía un imán para el piso.

No había ni una sola pizca de superioridad cuando se colocó frente al atril sin mirar a nadie.

—Hola... Buenas tardes —habló tímida.

La seguridad y confianza con la que hablaba se habían ido, y su voz era un apenas perceptible susurro que el viento podría llevarse en cualquier momento.

Daniela comenzaba a sentirse un poco mal, y sus ganas de llorar iban en aumento.

—Les agradezco que estén aquí hoy para la reinauguración, y también para ver mis fotos...

Daniela no escuchó más haya de eso ya que estaba demasiado ocupada observando las pequeñas y delgadas manos de la pelinegra jugando nerviosas con el cable del micrófono, sus labios resecos moverse temblorosos, sus mejillas sin ningún tipo de rubor... El color se había ido y su cabello alborotado.

Aún no estaba lista para ver algo como aquello, de echo jamás lo estaría.

Habría deseado verla feliz, con una sonrisa arrogante y una superioridad notable pero discreta. Hubiese preferido verla junto a alguien más, verla amando a otra chica, ver como la besaba apasionadamente fuera de aquel edificio blanco sin ningún tipo de vergüenza.

Verla amando a alguien más le hubiese dolido menos.

—Seguro que están preguntándose que hay detrás de estas cortinas —la castaña por fin logro volver a escuchar su voz, y la vio señalar con su temblorosa mano y con los ojos cristalinos el marco colgado detrás de ella —Bueno... Es una gran y larga historia, pero voy a contárselas. Necesito que la escuchen para que puedan comprender y también la sientan.

Pero Daniela, quien solo podía tratar de hacer que sus lágrimas no saliesen, no necesitaba escuchar aquella historia pues era parte de ella y obviamente podía sentirla, tal vez más de lo que le hacía bien.

—Viví tiempos muy difíciles, de echo todavía lo hago. Perdí a varias personas que me importaban realmente, se fueron y yo junto a ellos —en su temblorosa voz había una notable tristeza, y aquel espacio parecía haberse vuelto tan silencioso como su pecho en aquellos momentos —Así que les contaré porque estoy haciendo todo esto.

El lugar se habían vuelto un silencio sepulcral, pero aún así Daniela podía escuchar gritos dentro de su cabeza y su pecho que le pedían correr a abrazarla.

—Mi vida siempre ha estado llena de decepciones y conflictos, cuando tenía 17 años me enamoré pérdidamente de una chica, tenía miedo de contarle a mi familia pero al final lo hice, ellos lo tomaron muy bien y lo aceptaron, cada día me enamoraba más de ella y ella de mi, o al menos eso es lo que yo quería creer. En esos momentos todo era fácil, yo lo tenía todo

POMPEIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora