Treintaidos

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Daniela creyó que jamás volvería a ver a María José después de esa fría noche en su apartamento. Pensó que el haberla echado de aquella forma tan mala significaba también echarla de su vida.

Era obvio que la pobre pelinegra no la quería cerca.

A pesar de que aquello le dolía, Daniela comenzaba a aceptar que sus vidas tomarían rumbos distintos.

Y, como siempre, el distinto había programado un encuentro entre ambas rotas chicas.

Fue cuando Johan anotaba algunas cosas en la lista de los pacientes y Daniela acomodaba expedientes, que la puerta de la entrada se abrió provocando un pequeño sonido.

Sin embargo, esta vez ella no volteó a mirar, había dejado de hacer aquello desde hace algún tiempo atrás pues ya no tenia a quien esperar.

Le sorprendió cuando comenzó a escuchar pequeños pasos que se acercaban hasta donde ella se encontraba pues ni siquiera había escuchado la voz de la persona.

Cuando levantó la vista, su corazón comenzó a latir desenfrenadamente y su respiración se volvió pesada.

Sin querer, sus ojos se encontraron con los de María José.

—Necesita que la revisen, y... —susurró con tristeza Johan

A él también le dolía el cambio de la chica. Igual habían notado su pálida y seca piel, la ropa de colores obscuros que tiempo atrás le había quedado espectacular. Igual había notado su mirada baja.

—Amm... Yo —tartamudeo
el pobre chico. No podía mirar más a la pelinegra, le dolía —Sólo, las dejaré solas.

Se fue rápidamente, dejando a Daniela sola con María José y aunque ella estuviese allí, todavía se sentía sola.

—Ya se que te prometí que jamás volverías a verme, Daniela —musitó la ojiverde con las manos en los bolsillos y la mirada baja mientras se acercaba a la pared de atrás del mostrador en donde se encontraba su fotografía. —... Es solo, que necesito ir a la colina del lago. Necesito hacer otra marca, tu me has acompañado a hacerlas todas y no confío en nadie más. Y necesito que revises mis heridas.

A pesar de que aquel no era un momento indicado, María José dejó escapar un par de lágrimas.

—¿Por qué lloras, Poché?

Ella cerró los ojos intentando tomar aire.

—La sirena y... Pegaso siguen ahí —sollozó como pudo la chica sin poder dejar de mirar la pintura que antes había echo. —Ellos son felices, Daniela. Se aman

—Y van a seguir allí, amándose como sólo ellos pueden hacerlo, hasta que ya no tengas esperanza alguna. Hasta que tu te rindas

Daniela no lo había podido sentir, no lo sabía, pero aquellas simples palabras fueron las que terminaron con lo ultimo que le quedaba a la ojiverde. Esas palabras serían la ultima razón para lo que pasaría después.

—Lamento que pronto deban de irse.

(...)

Daniela la pasó a un pequeño consultorio y le pidió que se quitara la camiseta y su chaqueta pues las heridas se encontraban en su torso.

María José obedeció de inmediato.

Esta vez no le hizo algún tipo de piropo o dijo comentarios que le provocaran sonrojarse. No le dio a Daniela aunque sea una mínima vista para creer que la antigua María José seguía allí, oculta en algún lugar.

POMPEIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora