Treintaiuno

3.1K 243 24
                                    

Caminaron en silencio hasta el auto de la pelinegra.

El sol había comenzado a descender hace poco por lo que la noche cayó en la ciudad, Daniela no podía ver muy claro el automóvil pues solo lo iluminaba la luz de una lampara, pero creía haber visto que este estaba deslumbrante, como siempre.

María José no cabrio la puerta para ella, pero de todas formas se deslizo dentro sin reclamar.

Por fuera no había cambiado mucho, pero lo que en realidad le asusto fue el interior. Ya no habían restos de comida, envoltorios o vasos de refresco, estaba totalmente limpio. Incluso podía jurar jamás haber visto un carro tan limpio.

—¿Compraste otro? —preguntó suavemente

Pero ella solo la miró, lo hizo con la sonrisa más falsa que jamás había visto. Daniela no dijo nada. No encontraba palabra alguna para aquello, ni siquiera sabía si existía.

Justo en medio de su silencio fueron hasta el café, ese mismo en donde Daniela había parado a comer algo más tarde. Cuando llegaron fueron directo a la ultima mesa, la del fondo, esa que todos ignoraban y María José no había querido usar nunca.

—Perdón. pero no soporto que me miren —susurró con la cabeza baja

En ese preciso momento a Daniela se le rompió su ya fragmentado corazón, su chica rebelde sin vergüenza nunca habría dicho algo así.

Ordenaron lo mismo que siempre solían pedir. Pero no fue a Charlie, pues él parecía no hacerse cargo de la parte sola y olvidada del lugar.

Un doloroso suspiro escapó de los labios de la castaña. María José ya no cerraba los ojos para saborear su comida, la forma en que masticaba ya no era lenta ahora lo hacía de forma rápida. Ni siquiera pudo terminarse la mitad de lo que había pedido.

—Poché, come otro poco —le rogó la ojimarron, pero ella solo se cruzo de brazos y negó levemente con la cabeza

A pesar de que se lo había pedido más veces solo se negó, así que Daniela la imitó, pidieron la cuenta y se fueron de ahí.

—Debiste haberte comido eso... Vas a enfermarte, Daniela.

—Igual tu.

—Pero yo ya no intereso

Le habría gritado en medio de la acera iluminada solo por la luz de la luna, que sí lo hacía. Que si importaba, que no imaginaba un futuro en el que ella no estuviera, pero no pudo.

No lo hizo.

María José ya se había rendido. Ella igual.

Estaba cansada.

(...)

Ya que Daniela había aceptado pasar aquella noche a su lado, María José la había llevado a su apartamento.

El viaje se había convertido en un reloj, lento y estresante. Al menos se permitieron hablar.

—¿Hubo alguien más? —preguntó la pelinegra con cautela

—No

Daniela había esperado felicidad, al menos una sonrisa, pero en lugar de eso una ligera capa de tristeza se reflejó en los ojos de quien alguna vez había sido su novia.

—Tu te mereces la felicidad, Calle, mereces serlo —habló con dolor —. Sólo olvidate de mi, hazlo para siempre. Busca a otra persona.

—¿Por qué me pides cosas imposibles, Poché?

Aquella tarea jamás sería realizada, no podría pues la chica siempre estaría en su memoria, aparecería en sus recuerdos, y en las blancas paredes del hospital.

POMPEIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora