VII

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Miró el plato con comida, y tomó una servilleta, tirando algo de puré allí, y luego un trocito de carne. El resto lo acumuló en las esquinas, y se puso de pie unos minutos.

—Nana, ya me voy a clases —le dijo guardando la servilleta en su bolso.

La mujer fue hasta la sala, y observó el plato de la jovencita.

—¿Ya almorzaste, cariño? Has comido muy poquito —le dijo preocupada.

—No te preocupes, llevo dinero —sonrió acercándose a ella para darle un beso en la mejilla—. Te quiero, nos vemos más tarde.

—¿A qué hora terminas hoy tus clases?

—A las seis, como a las siete estaré aquí —pronunció antes de marcharse.

Llevaba semanas con desórdenes alimenticios. Al comienzo, era comer demasiado, y luego vomitarlo. Después, había empezado a no comer, con temor a engordar.

Lo único que hacía era beber mucha agua, y comer alguna fruta al comienzo del día, para que si presión no bajara tanto. Pero cada vez estaba peor.

La ropa ya comenzaba a quedarle grande, y eso que ella ya era delgada.

***

—Dos meses después—

Se le hacía extraño no haber visto a su dueño desde hacía varias semanas. Él siempre solía ir a controlar todo cada día por medio, o mínimo, dos veces por semana.

Pero el tipo no había aparecido hacía más de un mes.

Aquella mañana Bastien estaba alimentando a los caballos, cuando vio una camioneta llegar hasta el establo. Fue hasta ella, y vio a uno de los empleados bajar, abriendo la puerta trasera del vehículo.

—Vamos bestia, baja los sacos que tengo más cosas que hacer —le ordenó.

El muchacho se subió a la parte trasera de la camioneta, y comenzó a bajar los sacos con granos para las aves y demás animales.

—¿Y el señor Von Der Nooth? —le preguntó bajando dos costales a las vez.

—En el hospital.

—¿Está enfermo?

—No, su hija es la que está enferma. Y no por eso, tú no tendrás a nadie que te controle. Ahora apúrate, tengo más cosas que hacer.

—Candice... ¿Qué es lo que tiene? ¿Por qué está en el hospital? —le inquirió con miedo.

—Eso a ti no te interesa, termina de bajar todo ya.

—Pero.

—¡Haz lo que te digo, bestia! —exclamó dándole un latigazo, que Bastien evitó que le diera en el rostro, al cubrírselo con sus antebrazos—. A mí no me contradigas, o la próxima vez te meto un balazo.

El azabache gruñó y volvió a la camioneta, sintiendo su piel arder. Debía encontrar la forma de saber que le había pasado a Candice.

***

Ladeó la cabeza, para no ver a su madre, ni prestarle atención a lo que le estaba diciendo. Luego de varios minutos de sermones, la mujer abandonó su habitación, junto a la enfermera.

Había estado internada debido a su falta de ingesta de alimentos, a su peso que había bajando tanto, que a la muchacha comenzaba a notársele los huesos.

Tenía un aspecto deplorable, y tanta debilidad, que se había desmayado durante la mañana. Y gracias a eso, sus padres habían descubierto por lo que la joven estaba pasando.

Ahora tenía una enfermera que se encargaría de darle las vitaminas y comidas en tiempo y forma. Pero Candice no pensaba tomarlas ni comer.

Escuchó el sonido de una de las ventanas de su habitación abrirse, y vio entonces entrar a Bastien, desconcertándola. ¿Qué hacía él ahí?

El muchacho se acercó rápidamente hasta la cama, y se agachó junto a ella, mirándolo preocupado, asustado.

—¿Qué tienes? ¿Por qué... Por qué te ves así? —le dijo con temor, apoyando una de sus manos sobre la mejilla de ella—. Estás muy fría.

—¿Por qué viniste?

—Me dijeron que estabas enferma, en el hospital, y quería venir a verte. ¿Qué tienes, Candy?

—Nada.

—¿Nada? Amor, luces muy enferma... Estás muy delgada ¿No te están dando de comer? ¿Tus papás se han molestado contigo? Puedo traerte algo de mí comida, sólo espera a que-

—¿Por qué actúas cómo si te importara, eh? No necesitas fingir que te importo por lástima.

—Claro que no es verdad, tú sabes muy bien que me importas. Qué te amo.

Se puso de pie, y observó la habitación, viendo que había una bandeja con alimentos allí. Fue hasta ella, y se sentó en la cama.

—Esto debe ser para ti ¿Verdad?

—Vete, Bastien. No quiero verte.

Cortó un trozo de carne, y acercó el tenedor a ella, mirándola con pesar.

—Me iré, pero primero come un poco.

Se sentó en la cama, y tomó el tenedor que él tenía en la mano, comiendo el trozo de carne. Bastien sonrió, ya sintiéndose un poco más tranquilo, aliviado.

Tomó otro trozo de carne, y lo cortó para ella, pinchando también un trocito de zanahoria.

—Todo estará bien ¿Verdad?

—Sí —murmuró Candice.

Él la miró con ternura, y acarició suavemente una de sus manos. Por más que no pudieran estar juntos, la vida de Candice era lo que más le importaba.

—Debes... Debes pensar que soy horrible.

Negó con la cabeza, tomando unas verduras con el tenedor para darle en la boca, a lo que Candice lo aceptó, mirándolo a los ojos.

—Sigo pensando que eres hermosa, sólo estoy preocupado por ti, estás muy delgada.

—Estoy bien, ellos exageran.

—Mírate a un espejo entonces, y verás que no es verdad, Candy.

Los labios de la jovencita temblaron, y bajó la cabeza, sintiendo sus ojos llenos de lágrimas.

—¿Debo morirme para que te importe? ¿Para que vengas a verme?

—No digas eso.

—Yo sólo quiero estar contigo, te amo tanto, que lo único que quiero es estar a tu lado sin importar qué.

La miró con tristeza, creyendo que en esos dos meses había podido superarla, pero jamás lo haría.

La abrazó, besando suavemente su cabeza, estremeciéndose al sentir su columna, sus costillas aún sobre la ropa. Ella estaba tan enferma.

—Cuando estés sana, ven a buscarme, ven a verme —le dijo en un tono bajo.

—¿Lo prometes? ¿No vas a rechazarme? —sollozó.

—No amor, no voy a hacerlo... Porque yo también te necesito conmigo.

...

BastienWhere stories live. Discover now