XI

6K 828 128
                                    

Ya no quedaban rastros de sus padres amorosos. Desde que había ocurrido lo de Bastien, su padre no había vuelto a hablarle, y su madre apenas le dirigía la palabra.

Candice se sentía más sola que nunca, a excepción de su bebé. La jovencita se encontraba transcurriendo julio, cuando sintió por primera vez a esa pequeña criatura moverse dentro de ella.

Y por primera vez en muchos meses, volvió a sonreír, pero con tristeza. No sabía de cuántos meses estaba, no sabía cómo estaba su hijo, si estaba bien o mal, si sería niño o niña.

Su panza era muy pequeña, y temía que por no haberse alimentado bien, su hijo tuviera algún problema.

Ya para agosto fue imposible de ocultarlo, su vientre se veía más grande, y aunque usara ropa holgada, a simple vista se notaba que no estaba "gorda".

Y las preguntas empezaron por su madre, cuando una tarde al regresar de clases, sintiéndose muy fatiga, la increpó en la sala. Y la mujer no tuvo piedad alguna al verla llorar, al quitarle el abrigo y ver su vientre abultado.

Ver eso, la puso tan furiosa, se sintió tan decepcionada, que hasta un cachetazo le dio. Pero lo peor no había sido aquello, sino que su padre dijera, al momento de enterarse, que la llevaran a una clínica privada para que abortara.

***

—Está de siete meses y medio, aproximadamente. Es muy riesgoso realizar un aborto ahora —pronunció el médico, hablando con los padres de su joven paciente—. Es difícil saber con exactitud el tiempo exacto, ya que ella no quiere hablar, y la criatura tiene un tamaño menor.

—Quítele eso, no me importa que tan riesgoso sea —masculló completamente alterado—. Mi hija no tendrá una bestia.

—¿Estás demente, Antoine? —le dijo su mujer desconcertada—. ¡Yo no voy a perder a mi hija!

—Y yo no voy a permitir que una bestia sea parte de mi familia. Ni que Candice se arruine la vida siendo madre a los diecisiete años.

Miró con rabia al médico, y lo apuntó con su dedo índice.

—Quiero que saque a esa porquería del cuerpo de mi hija, cueste lo que cueste —sentenció antes de irse.

El médico miró a la madre de Candice, quién quizás parecía más sensata en ese momento.

—Lo más seguro, es esperar unas semanas a que dé a luz, incluso podríamos realizarle una cesárea.

—¿Y que harían con la bestia?

—Podemos desecharla, aquí lo importante es la vida de su hija. Realizarle una intervención ahora, es muy riesgoso.

—¿Y no pueden realizarle una cesárea ahora? Hay muchas mujeres que paren estando de siete meses.

—Sí podríamos, pero en este caso, y con una criatura de sus dimensiones, las probabilidades de vida son muy bajas. Si luego se arrepienten, no podrán salvarlo quizás.

—Dijimos que sólo importa la vida de mi hija, así que háganle una cesárea, y terminemos de una vez por todas con éste tema.

***

Se había resistido tanto a que la tocaran, a que le dijeran que estaban por hacerle, que habían tenido que sujetarla cuatro enfermeros, para poder sedarla.

Sabía que algo malo iban a hacerle a su bebé, por eso no querían hablar con ella.

—Bandeja —pronunció el médico, para colocar aquella pequeña criatura que había sacado.

Una enfermera la acercó a él, y sin mucho cuidado, colocó al bebé allí, antes de proceder a terminar con aquello, y verificar que no hubiera quedado resto alguno, antes de cerrar.

—Doctor, la criatura está viva —le dijo una de las enfermeras, viendo que el bebé se movía, antes de comenzar a llorar.

Un llanto finito, muy bajo.

—Sí, deshágase de él.

—Pero-

—Es una bestia, la familia no se va a hacer cargo, deshágase de él, junto con todos los restos de placenta. Eso sí, que lo quemen, borren todas las evidencias.

La mujer lo observó aturdida, antes de asentir con la cabeza, y ver cómo tiraba sin cuidado la placenta sobre el bebé. Sí, era verdad, era una bestia, tenía esas pequeñas orejitas sobre su cabeza, pero estaba vivo, el bebé no había nacido muerto como decía en el expediente.

***

Lo más difícil de despertar aquella mañana, fue ver qué seguía en la sala de aquella clínica, fue entender que nada había sido una pesadilla.

Ya llorando, se llevó una de sus manos a su vientre, comprobando que no estaba abultado, que tenía una faja, y eso fue suficiente para comenzar a llorar con histeria.

Su madre, que se encontraba del otro lado de la habitación, al escucharla entró, mirando a la jovencita.

—¿Dónde está? ¿Dónde está mi bebé? ¡¿Qué hicieron con mi hijo?!

—La criatura nació muerta, el médico no pudo hacer nada —pronunció en un tono frío, indiferente.

—No, no, mentira ¡Lo mataron! ¡Él se estaba moviendo antes de que me durmieran! ¡Él se movía! —gritó llorando desconsolada—. Son unos asesinos, mataron a mi hijo, Dios mío —lloró temblando, con una mano en su vientre, y otra cubriendo sus ojos.

—Ya basta, Candice. Déjate de tanto drama, no tienes idea de lo que es criar a un hijo. Tienes diecisiete años, te acostaste con una bestia asquerosa ¡Y encima ni usaste protección!

—¡Era tu nieto también, maldita insensible! —le gritó a su madre—. Eres una asesina, tú y el hijo de puta de tu marido ¡Son unos asesinos! ¡Jamás se los perdonaré! ¡Los odio! ¡Espero se mueran como mi hijo! ¡Los odio!

Su madre le dio un cachetazo, con lágrimas en los ojos.

—T-Tu padre y yo siempre te dimos lo mejor, siempre... Siempre buscamos lo mejor para ti, te amamos como a nada en este mundo, y así nos pagas, Candice.

La miró por última vez, y negó con la cabeza, antes de abandonar la habitación.

La jovencita se acostó en la camilla, llorando. Ya no quería más nada, ya no le importaba que fueran a hacer con ella. Le habían arrebatado lo último que más amaba, y eso era su bebé.

No había podido protegerlo, ni a él ni a Bastien. No había hecho nada por ellos... Su padre una vez más le había quitado todo.

...

BastienWhere stories live. Discover now