10. Culpable

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LUIS

Desconectar es dejar las preocupaciones a un lado y así poder conectar con uno mismo.

Para mucha gente desconectar es llegar a casa después de una larga e intensa jornada laboral, irse de vacaciones unos días con familia, pasar una tarde con amigos y echarse unas risas, practicar su deporte favorito, darse un baño relajante o incluso apagar el móvil.

Sin embargo, para mí desconectar era sinónimo de Orense, donde entre mitad de toda la naturaleza que abundaba en mi tierra, el sonido de los cantares de los pajarillos en cualquier rincón de la ciudad y del agua del río Miño, y el olor a la comida de mi madre, mi imaginación volaba y todos los recuerdos que tengo guardados en mi interior corren hacia mí como un niño pequeño al ver a su madre, trayendo consigo la inspiración y las historias suficientes como para componer canciones, a la vez que me recuerdan quién soy.

Desde que mi padre me enseñó la guitarra que había hecho pensando en mí, era incapaz de soltarla, iba con ella a todas partes como un niño cuando los reyes magos le traen el juguete que tanto ansiaba tener entre sus mano.

Con la guitarra también habían llegado muchas letras en las que me mostraba más yo y donde se podía percibir que había perdonado el pasado.

El patio de mi casa era uno de mis lugares favoritos, para escribir, donde mi hermana y yo pasábamos jugando la mayor parte de nuestros días de vacaciones siempre que el tiempo se pusiera a nuestro a favor, aunque en más de una ocasión la lluvia no era un impedimento para salir a jugar, porque sin duda eso de poner la casa hasta arriba de tierra mojada era mucho más divertido. El columpio de nuestra infancia se movía de una forma lenta cada vez que el aire le acariciaba un poco, a la vez que me miraba algo celoso de que la guitarra se había convertido en mi mejor entretenimiento, pero el niño que se quedó allí sabía que miraba orgulloso por ver todo lo que estaba consiguiendo. Mientras mis dedos acariciaban las cuerdas de la guitarra de la forma más delicada y sutil posible, como si entre mis brazos tuviera a la mujer más hermosa y cada cuerda que tocaba fuese un secreto robado de su cuerpo, y cada nota musical o acorde un gemido que conseguía arrancar con cada caricia.

Pero la vibración de mi móvil tenía que interrumpir este momento romántico con mi guitarra, porque éramos mi guitarra y yo.

- ¿Sí? - Pregunto cómo si no supiera quien se tratase.

- Cepeda, tío - dice mi amigo Javi al otro lado de la línea - Me han dicho que estás por la tierriña, anda que avisas - me regaña.

Llevo mi mano izquierda a la cabeza a modo de "que desastre soy", pero con el tema de la guitarra apenas he salido de mi casa.

- He estado con la familia, ya sabes - digo - pero hoy estaba pensando en deciros algo para quedar - miento a sabiendas de que no puede ver mi cara.

- Para eso te llamaba, hemos quedado todos en nuestro bar, el de al lado del río.

Ambos soltamos una risa porque sólo nosotros sabemos lo que hemos vivido allí y ese lugar siempre nos recordará a nuestra primera borrachera y la primera vez que probamos el tabaco, ese arma letal del que acabe enganchandome por culpa del postureo de aquella época.

- ¿A las seis y media, no? - Pregunto, aunque ya sé la respuesta.

Hace un sonido extraño parecido a un "ajá" por lo que deduzco que estoy en lo cierto.

- Nos vemos está tarde - me despido de él.

- Adiós guapo.

Quedaban menos de dos horas para volver a ver a mis amigos de siempre, esos que siempre me esperan con los brazos bien abiertos y que cuando estamos juntos parece que el tiempo no ha pasado y la vida se reinicia con ellos.

Posdata: Te Quiero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora