7.

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Thara

Duru, duru, duru, duruu.

Tarareaba una canción sintiéndome un pobre cordero camino al matadero y miraba de reojo la amplia espalda que seguía.

—Esta es —dijo el señor Märco en tono monocorde.

Observé la amplia habitación en la que nos adentrábamos y no pude disimular mi asombro. Era casi tan grande como un departamento de tres ambientes. La estancia se dividía en cuatro sectores; el armario, que funcionaba como cambiador privado, un baño con jacuzzi y sauna, el área de la cama estilo King y por último una sala de estar que tenia una mesita con sillas.

¿Y yo me quejaba de lo lamentable que sería estar sola en este lugar? ¡Por Dios que iba a vivir como una reina!

—Es linda —dije conteniendo a duras penas la emoción. Después de mi berrinche en su despacho, quedaría como una loca bipolar si le mostraba una gran sonrisa.

Además, el no merecía ningún agradecimiento de mi parte. Estaba cumpliendo con su parte del trato.

—Dejaré que te adecentes —respondió como si nada, dejándome a solas.

Respiré aliviada lo que me pareció una eternidad después.

La puerta se abrió de nuevo y la figura de mi suegro apareció para robarme los míseros segundos de paz que había conseguido.

—¿Puedo ayudarlo en algo? — cuestioné mirándolo de hito en hito. Él vestía formalmente, con camisa oscura y un saco de paño color verde petróleo, ¿o era azul petróleo?

Hans Sneider miró toda la estancia, evaluándola supuse yo.

—Me pregunto si será cómoda esta habitación para ustedes dos. Märco es un maniaco del espacio y la limpieza y esta habitación parece pequeña para dos personas.

Me quedé muy quieta. Sin saber cómo responder a eso.

—Lamento mis modales, pero es que conozco demasiado bien a mi hijo como para suponer que esta modificación traerá problemas en algún momento.

¿Sería de mala educación preguntar por el origen biológico de Märco? ¡Pues claro que lo seria! Cualquier futura esposa sabría más o menos de los vínculos familiares de su marido.

—Es una habitación grande —respondí en su lugar.

Él carraspeo y me invitó a tomar asiento.

—Me gustaría conocerte un poco más —concedió. —Entender el motivo por el que mi hijo te eligió.

Por idiota y resentido, le quise responder.

Sonreí y dije lo primero que se me vino a la cabeza.

—Soy la menor de una familia de cuatro, tengo veinticinco años y trabajaba en la joyería de mi padre.

Su mirada de iluminó y no supe bien porqué.

—Oh, eso es excelente. Podrías convertirte en la primera dama del clan que diseñe sus propias joyas. Madame Eleonore hace tiempo que no trabaja para nosotros.

—¿Por qué?

—Porque hace décadas que no ha habido una señora del clan, si entiendes a lo que me refiero.

—Oh...

Alguien golpeó mi puerta, antes de que pudiese contestar el señor Hans autorizó la entrada.

—Darius —dijo en tono seco. —¿Qué necesitas?

El aludido se tensó al oírlo e indicó que su hijo lo había mandado a buscarme ya que la cena estaba por ser servida.

HIELO [en tu mirar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora