Capitulo 7: Soledad

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Aquel día llegué a mi departamento muerta de cansancio. Nos tomó un poco más de dos horas regresar de la base a la universidad y a mí otros 40 minutos de la U a mi depa.

Abrí la puerta y caminé arrastrando los pies como alma en pena, dejé caer mi pequeño bolso y caí de espaldas en el sillón. Aun sin haber hecho nada de ejercicio ese día, me dolía todo el cuerpo; quizá se debía al largo viaje.

Miré la hora en mi celular y éste marcaba las cuatro de la tarde.

De mala gana me levanté y caminé hacia mi baño, el cual quedaba dentro de mi enorme cuarto, en el camino me quitaba la blusa y los calcetines. El sonido del teléfono fijo detuvo mis pasos.

- ¿Aló?

- ¿Luisa?

Era la pastosa voz de un hombre.

- Si ¿Quién es?

- Tu papá – Tosió en el teléfono estrepitosamente - ¿Cómo... cómo estás?

Me sentí mal al escucharla la voz de Joseph. Casi nunca lo veía y mucho menos lo llamaba o él a mí y cuando lo hacía era porque necesitaba algo de mí.

Tragué saliva e intenté no amargarme con su llamada.

- Bien – Respondí cortante - ¿Por qué llamas?

- Necesito que me prestes dinero.

¡Ahí está el motivo!

- No tengo. Debo irme, voy a colgar.

- ¡Demonios Luisa! ¡Nunca tienes nada! – Gritó – Soy tu padre ¡Es tu obligación ayudarme!

El coraje se subió rápidamente a mi cabeza y comencé a ver todo de color rojo.

- ¡Tú no eres mi padre, ridículo! Solo eres el asesino de mi madre.

- Tu madre era una inútil, una hi...

Comenzó a gritar insultos por el teléfono por lo que colgué, golpeando al inocente aparato. Miré fijamente mi teléfono como si éste fuera Joseph y mordiéndome los labios, lloré. No sé por qué tanto afán en no emitir sonido si, de todas formas, vivía sola; podía llorar, gritar y nadie me escucharía.

Caminé de vuelta a mi dormitorio, reprimiendo lo último que había sucedido. No necesitaba más amargura en mi vida, debía olvidar a ese hombre y vivir. Una parte de mí se sentía una miseria al pensar así de su propio padre, pero aquella parte era tan diminuta que no ejercía tanto peso en mi conciencia.

Mientras me duchaba y dejaba de llorar, el teléfono sonaba y sonaba. Joseph podía ser realmente persistente cuando se lo proponía.

En los primeros meses en que comencé a vivir sola esta misma situación se daba, con la única diferencia que la Luisa ingenua de esa época sí le daba dinero al sabido de aquel hombre. Pero en cuanto me enteré que Joseph lo usaba para comprar alcohol y drogas, corté toda ayuda hacia él.

Me cambié de ropa de manera automática. No cené nada porque sinceramente no podía, Joseph me había dañado el resto del día. Apagué todas las luces de mi casa y me encerré en mi cuarto, enrollada entre las sábanas y abrazando a mi única almohada.

No sé cuánto tiempo me quedé acostada llorando. Yo no era una persona muy demostrativa en cuanto a sentimientos y casi nunca lloraba pero... pero había momento en que ¡Maldición! Era humana y sentía.

Sentía mi soledad, mi dolor, sentía la falta de mi madre...

Me revolví en la cama y cerré fuerte los ojos como si de ese modo no viera mi triste realidad. Tenía una prueba mañana y trabajos que hacer pero nada de eso me importó y solo me limité a lloriquear en mi cama hasta que finalmente me dormí, olvidando y cayendo en la esperada inconciencia.

Entre besos & disparosWhere stories live. Discover now