15. Polvo de estrellas

359 64 22
                                    


Abducir no era una palabra que definiera correctamente a Tara, aunque ella creía ser la admiración de todos por su forma de vestir, sus groserías y el hecho de que se enfrentaba a los maestros

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abducir no era una palabra que definiera correctamente a Tara, aunque ella creía ser la admiración de todos por su forma de vestir, sus groserías y el hecho de que se enfrentaba a los maestros... bueno, en eso muchos la admiraban, pero una vez que la conocías verdaderamente, solamente deseas que le corten la lengua para que cierre su boca mentirosa. Algo sencillo.

Tara tenía el celular de Clark porque Clark debía estar con ella. Mi corazón latió con tanta fuerza que temí que Tara, a través de la línea, lo escuchase. Tara no debía saber que yo llamé a su novio, ¿por qué? Nos amenazaría a ambos para que Clark deje de verme y yo deje de ver a Clark.

Así que, para salvar el pellejo de los tres (lo cual era extraño porque Clark no engañaba a Tara conmigo), decidí no ser Emma en esos momentos.

—¿Bueno? —refunfuñó Tara con vehemencia al micrófono.

—Bueno —hice mi voz mucho más grave y quise que la Tierra me tragara. Me sentía ridícula y a millas se notaba que era una voz falsa. Debí meterme a teatro cuando mamá lo propuso.

—¿Eh? —inquirió Tara, haciendo su voz aguda por la sorpresa—, ¿disculpa? ¿Quién habla?

Okay, debía pensar en algo, ¿inventarme una historia? ¡Olvídalo! Era pésima para eso, la narrativa no era lo mío, cantar sí, pero no le cantaría a Tara.

—Necesito hablar con Clark urgentemente, ¿se encuentra? —mascullé con la voz grave.

Oh, ¿por qué me suceden estas cosas?

—Eh... sí, claro, ¿de quién?

—Diga que Laendler le busca —musité, con ese nombre Clark sabría de quién se traba, después de todo, ése era el nombre de la canción de la danza astruica.

—Clark, alguien que se llama Laendler te busca —escuché decir a Tara en la lejanía.

Hubo un silencio, en el cual, seguramente, Clark estuviese meditando el nombre. Después de unos minutos la voz confusa de Clark sonó en el micrófono de la otra línea, volví a colocar una moneda con miedo de que pronto se acabase el tiempo.

—¿Bueno? —preguntó con la voz queda.

—Ay, gracias a Dios —musité con mi voz normal.

—Ah —expresó Clark y tuve que cortarlo.

—No digas mi nombre, por el bien de todos.

Ahora era una espía Rusa que quería salvar el planeta de un ataque de aliens drisfrazados de humanos.

—Así que, ¿ahora eres Leandler?

—Laendler. Supuse que entenderías que era yo.

—¿Por qué? —Clark rio. Y su risa hizo que olvidara por completo todo lo que había pasado en casa.

Tintes de otoño | completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora