19. Palabras mexicanas

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Tontamente nos dejamos llevar por las emociones

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Tontamente nos dejamos llevar por las emociones. Eso hice el sábado por la noche. Me dejé llevar por lo que sentía después de haberme agitado emocionalmente.

Al día siguiente, mamá, papá y yo, nos levantamos temprano para cruzar la frontera y pasar de San Diego a Tijuana. Iríamos a Ensenada a ver la familia de papá.

Naturalmente me costaba entenderlos, ellos hablaban español y, claro, algunos hablaban inglés, pero mi español era tan pésimo como llegaba a ser su inglés.

Me senté en el asiento trasero, mamá manejó y papá iba de copiloto, con un libro en la mano y sus lentes sosteniéndose en el tabique de su nariz. Cantamos canciones de Cri-Cri, cuales mamá dijo que eran de sus favoritas cuando era una niña.

Observé la ciudad de San Diego con gran regocijo en el corazón. Pronto visitaría México una vez más.

A la mitad del camino me quedé dormida, estaba bastante cansada después de la fiesta de Tara, de la cual me había ido a las 11.00 de la noche.

Al llegar a Tijuana, fue un ambiente distinto, los carros iban a gran velocidad y mamá aceleró con gran diversión, pero al llegar a Ensenada todo cambió. Mamá se desesperaba al volante, pitaba y soltaba groserías en un dos por tres.

Cruzamos por La Primera. La avenida estaba llena de personas, más que nada turistas, entre ellos, gringos, cuales iban directo a los bares o compraban adornos mexicanos. La casa de la abuela quedaba cerca de ahí, unas vueltas a la derecha y otras a la izquierda y estaríamos ahí.

Al llegar, un escalofrío me invadió. Las personas que estaban dentro de la casa nunca habían sido malos conmigo, eso estaba claro, pero me costaba estar con ellos. Era demasiado distinta. Si en San Diego, mi ciudad de origen, era un bicho, ¿cómo no lo sería en México?

Entramos a la casa, el olor a tamales inundó mis fosas nasales y recordé lo mucho que amaba la comida mexicana cocinada por mexicanos. Mis primos pronto se aparecieron en la puerta pegando tumbos:

Andrea era la mayor, era blanca, con el cabello rizado y negro cayendo por sus hombros; Renata era la prima del medio, su piel era rosada, tenía el cabello rojizo, unos ojos grandes de color verde y moría siempre por tener pecas en el rostro; Mónica era un año menor, tenía el cabello castaño y corto, su piel era un poco más tostada; luego le seguía el hermano de Renata, Daniel, un niño sonriente, que sí tenía pecas y con el cabello negro, distinto a su hermana; Valeria era la hermana menor de Mónica, se parecían bastante, tenía el cabello castaño y largo, su piel menos tostada que la de su hermana y por último el menor de todos, Juan, el más moreno de la familia, un niño bastante ruidoso.

Cuando nos tomaban fotos a todos, realmente parecía un fantasma a lado de ellos.

Nos saludaron a todos y me guiaron a la sala, donde los tíos estaban sentados con una taza de café cada uno y con sonrisas radiantes. Se levantaron para saludarnos. Luego mamá y papá me llevaron a la cocina, donde encontramos a los abuelos. El abuelo estaba sentado en una de las sillas y la abuela revisaba los tamales.

Tintes de otoño | completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora