XVII. Absurda necesidad.

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¿Dónde podía meter la cabeza y quedarme bajo tierra, digamos, para siempre? Mis manos se agarraron aún más fuerte al tronco. ¿Por qué demonios había acabado en aquella situación? Yo aferrada a un estúpido árbol mientras el psicópata de mi vecino me miraba desde el suelo con la diversión dibujada en su rostro. Si pudiera elegir uno de los momentos mas humillantes de toda mi vida, sin duda, aquel sería una de ellos.

Sus ojos captaron los míos en ese momento.

- Salta y te cogeré. – comentó de repente.

Abrí los ojos con sorpresa asimilando sus palabras.

- Me dejarás caer. – afirmé finalmente.

- Creo que tienes demasiados prejuicios contra mí. – se cruzó de brazos aún con el brillo de diversión inundando sus ojos. - Soy una buena persona.

- Eso díselo a mi pobre puerta.

Aún desde aquella distancia noté como suspiraba.

- ¿Quieres quedarte a dormir ahí arriba acaso?

- Seguro que al menos aquí no me despiertan. – solté, sin menguar el agarre de mis manos.

Oí una pequeña risa, pero duró tan poco que cuando le volví a mirar, su cara estaba impasible.

- Kay...

Oír mi nombre de nuevo en sus labios hizo que en un cosquilleo se instalara en las palmas de mis manos y mi mente se llenara una vez más de recuerdos. Había algo, algo en la manera que pronunciaba mi nombre... como si solo con su voz pudiera dejar un rastro en mi piel en forma de sensaciones indescriptibles.

- Si no bajas ahora me iré y te quedarás aquí toda la noche. – hizo una pausa en la cual pensé que se callaría, aunque no fue así. – Aunque ahora te parezca buena idea, cuando anochezca no pensarás igual.

- No me da miedo la oscuridad.

- No lo decía por eso. – por el rabillo del ojo vi como volvía a sonreír. – Hay mofetas por aquí. Bastante grandes, por cierto.

- No inventes.

¿Había mofetas? No, imposible. Nunca había visto ninguna.

- Es cierto. – afirmó con total seguridad. - Salen por la noche y te aseguro que no son para nada amistosas.

- Aquí estaré segura.

- ¿En el árbol? – preguntó con incredulidad.

- Las mofetas no escalan árboles. – declaré.

El guardo un minuto de silencio, en el cual comencé a ponerme más y más nerviosa.

- ¿Estás segura?

No, por supuesto que no estaba segura. ¿Cómo iba a estarlo? ¿Qué sabía yo de mofetas? Ni siquiera había visto una en toda mi vida, como cualquier persona normal era lo último que querría hacer. Sentí la mirada de Jack sobre mí, haciendo que comenzara a desesperarme un poco.

- Kay, déjame ayudarte a bajar.

- ¿Qué pasa con el gato? – cuestioné desviando el tema.

- ¿Qué? – me miró sin saber de que diantres estaba hablando.

Devastadora tormenta. ©Where stories live. Discover now