Horace Slughorn

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Pese a que llevaba varios días ansiando que fuera verdad que Dumbledore iría a recogerla, Bella se sintió muy incómoda en cuanto comenzaron a andar juntos los tres por la oscura calle. Era la primera vez que mantenían una conversación propiamente dicha con el director de su colegio fuera de Hogwarts, pues por lo general los separaba un escritorio. Además, el recuerdo de su último encuentro cara a cara no dejaba de acudirle a la mente, e incrementaba su sensación de bochorno; en aquella ocasión, Harry había gritado como un loco, y, por si fuera poco, se había empeñado en romper algunas de las posesiones más preciadas de Dumbledore.

Sin embargo, éste parecía completamente relajado, en medio de ambos chicos.

—Tengan la varita preparada —les advirtió con tranquilidad.

—Creía que teníamos prohibido hacer magia fuera del colegio, señor —dijo Bella, frunciendo el ceño.

—Si los atacan, los autorizo a usar cualquier contraembrujo o contramaldición que se les ocurra. Sin embargo, no creo que esta noche deba preocuparte esa eventualidad.

—¿Por qué no, señor? —preguntó Harry.

—Porque están conmigo. Con eso bastará, Harry. —Al llegar al final de la calle se detuvo en seco—. Todavía no han aprobado el examen de Aparición, ¿verdad? —preguntó.

—No. Creía que para presentarse a ese examen había que tener diecisiete años —dijo Bella.

—Así es. De modo que tendrán que sujetarse con fuerza a mi brazo. Al izquierdo, si no les importa. Como ya han visto, mi brazo derecho está un poco frágil. —ambos se agarraron al antebrazo que les ofrecía—. Muy bien. Allá vamos.

Notó que el brazo del anciano profesor se alejaba de ellos y se aferraron con más fuerza.

De pronto todo se volvió negro, y la muchacha empezó a percibir una fuerte presión procedente de todas direcciones; no podía respirar, como si unas bandas de hierro le ciñeran el pecho; sus globos oculares empujaban hacia el interior del cráneo; los tímpanos se le hundían más y más en la cabeza, y entonces...

Aspiró a bocanadas el aire nocturno y abrió los llorosos ojos. Se sentía como si la hubieran hecho pasar por un tubo de goma muy estrecho. Tardó varios segundos en darse cuenta de que la calle había desaparecido. Dumbledore, Harry y ella estaban de pie en una plaza de pueblo desierta, en cuyo centro había un viejo monumento a los caídos y unos cuantos bancos. Tras recuperar por completo los sentidos, comprendió que acababa de aparecerse por primera vez en su vida.

—¿Se encuentran bien? —preguntó Dumbledore mirándolos con interés—. Lleva tiempo acostumbrarse a esta sensación.

—Estoy bien —contestó el chico frotándose las orejas—. Pero creo que prefiero las escobas.

—Yo también estoy bien, pero creo que también prefiero la escoba —le dijo Bella, a acomodándose el cabello.

Dumbledore sonrió, se ciñó un poco más el cuello de la capa de viaje e indicó:

—Por aquí. —Echó a andar con brío por delante de una posada vacía y de varias casas. Según el reloj de una iglesia cercana, era casi medianoche—. Y díganme, ¿ha dolido últimamente... las cicatrices?

El chico se llevó una mano a la frente y la chica al hombro, negando con la cabeza.

—No —contestó Harry—, y no lo entiendo. Creí que me ardería siempre, ya que Voldemort está recobrando su poder.

Bella vio que el anciano ponía cara de satisfacción.

—Yo, en cambio, creí todo lo contrario —aclaró Dumbledore—. Lord Voldemort ha comprendido por fin lo peligroso que puede resultar que accedan a sus pensamientos y sus sentimientos. Al parecer, ahora está empleando la Oclumancia contra ustedes.

Bella Price y el Misterio del Príncipe©Where stories live. Discover now