La Sala Incognoscible

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Durante la semana siguiente, Bella se estrujó el cerebro buscando una manera de que Slughorn les entregara el auténtico recuerdo, pero no se le ocurrió ninguna idea genial y acabó recurriendo a lo que últimamente solía hacer cuando se sentía perdida: enfrascarse en el libro de Harry de Pociones con la esperanza de que el príncipe hubiera garabateado algún comentario útil en alguna página.

—Ahí no vas a encontrar nada —le dijo Hermione el domingo por la noche mientras Harry se sentaba a su lado.

—No empieces, Hermione. Si no llega a ser por el príncipe, ahora Ron no estaría aquí sentado —la defendió Harry.

—Estaría aquí sentado si hubieran escuchado a Snape en primero —repuso ella con desdén.

Harry no le hizo caso y siguió viendo la página que Bella leía. Ella acababa de encontrar un conjuro (¡Sectumsempra!) escrito en un margen, seguido de las intrigantes palabras «para enemigos», y se moría de ganas de probarlo. Pero no le pareció oportuno hacerlo delante de Hermione y, como si pensaran lo mismo, Harry dobló con disimulo la esquina de la hoja, haciendo que ella lo mirara y éste le guiñara un ojo...

Estaban sentados delante del fuego en la sala común, donde aún quedaban unos pocos compañeros de sexto que pronto se irían a dormir. Un rato antes, al volver de cenar, hubo cierto alboroto porque en el tablón de anuncios habían puesto un letrero con la fecha del examen de Aparición. Los alumnos que el 21 de abril —fecha del primer examen— tuviesen diecisiete años podrían apuntarse a sesiones de prácticas complementarias. Se realizarían en Hogsmeade rodeadas de estrictas medidas de seguridad.

A Ron le entró pánico al leer la noticia porque todavía no había conseguido aparecerse y temía no estar preparado para aprobar el examen; Hermione, que ya había logrado aparecerse dos veces, se sentía un poco más confiada, pero Harry y Bella, que cumplirían los diecisiete años cuatro meses más tarde, no podrían examinarse, aunque estuvieran lo bastante preparados.

—¡Pero ustedes al menos saben aparecerse! —les dijo Ron con nerviosismo—. ¡Cuando llegue julio no tendrán ningún problema!

—Sólo lo hemos hecho una vez —le recordó Bella. Al fin, en la última clase, habían conseguido desaparecerse y rematerializarse dentro de su aro.

Ron, que había perdido bastante tiempo hablando de sus preocupaciones respecto a la Aparición, se decidió a terminar una redacción condenadamente difícil, encargada por el profesor Snape, que Bella, Harry y Hermione ya habían acabado. Bella no sabía cómo saldría en ese trabajo por haber discrepado con él sobre la mejor forma de enfrentarse a los dementores, pero no le importaba: lo que más le interesaba en ese momento era el recuerdo de Slughorn.

—En serio, muchachos, ese estúpido príncipe no los ayudará en esta misión —insistió Hermione—. Sólo hay una manera de obligar a alguien a hacer lo que uno quiera: la maldición imperius, pero es ilegal...

—Sí, ya lo sabemos, gracias —dijo Bella sin desviar la mirada del libro—. Por eso busco algo diferente. Dumbledore me advirtió que el Veritaserum no serviría, pero quizá encuentre otra cosa: alguna poción o algún hechizo...

—No están enfocando bien este asunto —se obstinó su amiga—. Dumbledore afirma que son los únicos que pueden sonsacarle ese recuerdo. Eso da a entender que ustedes pueden convencerlo con algo que no está al alcance de nadie más. No se trata de hacerle beber una poción; eso podría hacerlo cualquiera...

—¿«Velijerante» va con uve? —dijo Ron, sacudiendo la pluma entre los dedos y sin desviar la vista de su hoja de pergamino—. Creía que iba con be.

—Va con be y ge —corrigió Hermione echando un vistazo a la redacción—. Y «augurio» se escribe sin hache. ¿Qué pluma estás utilizando?

—Una de las de Fred y George con corrector ortográfico incorporado. Pero me parece que el encantamiento está perdiendo su efecto.

Bella Price y el Misterio del Príncipe©Where stories live. Discover now