El Enigma

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Al día siguiente trasladaron a Katie al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. A esas alturas la noticia de que le habían echado una maldición se había extendido por todo el colegio, aunque los detalles eran confusos y parecía que nadie, excepto Bella, Harry, Ron, Hermione y Leanne, se había enterado de que Katie no era la destinataria del ataque.

—Sólo lo sabemos nosotros y Malfoy —insistía Harry a sus dos amigos, que seguían con su nueva política de fingir sordera cada vez que él mencionaba su teoría de que Malfoy era un mortífago. Bella era la única que le creía y pensaba igual que él.

Bella no sabía si Dumbledore regresaría a tiempo para la clase particular del lunes por la noche, pero, puesto que nadie le había dicho lo contrario, se presentó con Harry en el despacho del director a las ocho en punto. Llamó a la puerta y Dumbledore los hizo pasar. El anciano, que estaba sentado a su mesa, parecía muy cansado; tenía la mano más negra y chamuscada que antes, pero sonrió y les indicó que se sentaran. El pensadero volvía a reposar en la mesa y proyectaba motas plateadas de luz en el techo.

—Han estado muy ocupados durante mi ausencia —dijo Dumbledore—. Tengo entendido que presenciaron el accidente de Katie.

—Sí, señor —asintió Harry.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Bella, mirándole la mano.

—Todavía no se siente bien, aunque podríamos decir que tuvo suerte. Al parecer, el collar apenas le rozó la piel a través de un diminuto roto que tenía uno de sus guantes. Si se lo hubiera puesto o lo hubiese cogido con la mano desnuda, quizá habría muerto al instante. Por fortuna, el profesor Snape consiguió impedir una rápida extensión de la maldición...

—¿Por qué él? —se apresuró a preguntar Harry—. ¿Por qué no la señora Pomfrey?

—Impertinente —musitó una débil voz procedente de uno de los retratos que había en la pared, y Phineas Nigellus Black, el tatarabuelo de Sirius, levantó la cabeza que hasta ese momento tenía apoyada sobre los brazos fingiendo dormir—. En mis tiempos, yo no habría permitido que un alumno cuestionara el funcionamiento de Hogwarts.

—Gracias, Phineas —dijo Dumbledore, condescendiente—. El profesor Snape sabe mucho más de artes oscuras que la señora Pomfrey, Harry. En fin, el personal de San Mungo me envía informes cada hora y confío en que Katie se recuperará del todo a su debido tiempo.

—¿Dónde ha pasado el fin de semana, señor? —cambió de tema Bella sin tener en cuenta que estaba desafiando la suerte, una sensación compartida por Phineas Nigellus, que murmuró algo entre dientes.

—Prefiero no revelárselos todavía. Sin embargo, se los diré en su momento.

—¿De verdad? —dijo Harry con un sobresalto.

—Sí, eso espero —repuso Dumbledore mientras sacaba otra botella de recuerdos plateados de su túnica y quitaba el tapón con un golpecito de la varita.

—Señor, en Hogsmeade nos encontramos con Mundungus...

—¡Ah, sí! Ya me he enterado de que ha tratado su herencia con despreciable mano larga —repuso el director, y arrugó un poco la frente—. Desde que hablaron con él delante de Las Tres Escobas no ha salido de su escondite; creo que le da miedo presentarse ante mí. Sin embargo, no volverá a llevarse ningún otro objeto personal de Sirius, descuiden.

—¿Que ese sarnoso sangre mestiza ha estado robando las reliquias de la familia Black? —saltó Phineas Nigellus, y se marchó muy indignado de su retrato, sin duda para trasladarse al que tenía en el número 12 de Grimmauld Place.

—Profesor —dijo Harry tras una breve pausa mientras Bella contemplaba el cuadro vacío—, ¿le ha contado la profesora McGonagall lo que le dijimos sobre Draco Malfoy después de que Katie sufriera el accidente?

Bella Price y el Misterio del Príncipe©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora