𝗳𝗼𝘂𝗿. 𝘁𝗵𝗲 𝗿𝗲𝗱 𝘁𝗵𝗿𝗲𝗮𝗱

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Abril 1994

De entre tantas leyendas, Aquila conocía una que le provocaba una cálida sensación por todo el cuerpo. Esta era, sin ir más lejos, la leyenda del hilo rojo del destino. Se la había escuchado contar a Cedric decenas de veces, antes de percatarse de lo que realmente quería decir.

—Las personas destinadas a perdurar juntas están unidas, desde que nacen, por un hilo —le explicaba él—. Nunca se romperá, por mucho que se estire, por lo que jamás podrán separar a las personas conectadas por él.

Después, Cedric sujetaba el meñique de Aquila, juntándolo con el suyo.

—Se llama así porque hay una arteria que conecta el dedo meñique con el corazón, y se dice que el hilo sigue su curso. Por eso la gente hace promesas con ese dedo, porque no pueden romperse, igual que el hilo rojo.

Pero Aquila nunca había creído en el destino. La idea de que todo estuviera meticulosamente planeado por una fuerza externa no se le hacía verídica. Si el destino era real, ¿cómo influían sus decisiones en su vida? ¿O acaso estas también estaban predestinadas?

Sin embargo, escuchando a Cedric contar todo aquello con una sonrisa intacta y tanta seguridad en sus palabras, le hacía replanteárselo. Porque, ¿cómo iba a poder pensar que conocer a Cedric había sido mera casualidad?

Habían sido amigos desde los doce años, cercanos desde los catorce y, poco a poco, esa amistad se iba distorsionando. A los dieciséis, Aquila veía todo de forma diferente, Cedric no era aquel niño patoso y nervioso. Ahora era el chico que le hacía replantearse si merecía la pena arriesgarse, el que le contaba historias y la ayudaba a calmarse cuando su alrededor la agobiaba.

Noche tras noche, en la cabeza de Aquila se disputaba la misma discusión. El bando vencedor, que aseguraba que estaba enamorada de Cedric, era siempre el mismo. Pero ¿estaba preparada para echar años de amistad por la borda?

Cedric, por su parte, quería que esos nuevos sentimientos que habían surgido entre ellos intervinieran. Arrasar con aquello que habían conocido por el momento, suplantar sus antiguas emociones por otras que mejorasen su relación.

—¿Mejorar? ¿Acaso hay algo mal entre nosotros? —le preguntó Aquila, preocupada.

—¿Mal? Todo va genial.

Cedric sujetó su mano mientras ella se quedaba observando cómo trazaba círculos con el pulgar sobre su palma. La luz de la puesta de sol se reflejaba en los grisáceos ojos de Cedric, viéndose incluso más apuesto de lo que ya era.

Si la miraba con atención, Cedric juraría ver un fino hilo del color de la sangre rodear sus meñiques y entrelazarse.

—Pero podría ir mejor, Aquila.

Él posó su mano libre en el mentón de la morena y le dedicó una suave sonrisa. Aquila cerró los ojos, expectante.

¿A qué esperas, cielo? Bésame sin temor.

Como si los mismos ángeles la hubieran escuchado, percibió el aroma del chico más cerca de lo que recordaba haber estado jamás. Sintió sus respiraciones chocar, encontrándose al fin.

Cedric juntó sus labios con los de Aquila, buscando descubrir una tormenta de desconocidas sensaciones entre sus labios con sabor a cereza. Sus bocas apenas se movían, disfrutando de la calidez y la tranquilidad del momento, felices de poder conocerse cada día un poco más.

Ella atrapó su pelo entre los dedos de su mano izquierda, la que no sujetaba con firmeza la del chico. Se aferraba a ella como si temiera que fuera a desaparecer, pero Aquila no tenía la menor intención de desvanecerse en aquel momento.

Lentamente, ambos se separaron los centímetros necesarios para poder juntar sus frentes. Las sonrisas que iluminaban sus rostros los delataban, señalaban a la perfección lo que estaban pensando. Al fin se habían probado, y no permitirían que su relación se marchitara por ello.

Cedric dio un paso atrás, agarrando todavía su mano, y le colocó la otra sobre su hombro, pasando la suya propia por la cadera de la chica. Aquila, sorprendida pero todavía extasiada, soltó una risita al ver que pretendía que bailasen juntos.

—Se está haciendo de noche —susurró ella, todavía con sus cabezas a escasa distancia, pudiendo observar el brillo en los ojos de Cedric.

—Pues bailemos en la oscuridad. Vamos, ven conmigo.

Tomándola de improvisto, Cedric la hizo girar sobre sí misma antes de volver a atraparla entre sus brazos, balanceándose de un lado a otro, al compás de una música imaginaria. Una que, a pesar de estar en sus mentes, parecía seguir el mismo ritmo.

Movían un pie hacia delante y, más tarde, el otro. De vez en cuando, Aquila se atrevía a robarle un beso a Cedric, quien sonreía y repetía la acción con cariño.

Era imposible que aquella escena no fuera obra del destino, pensaba Aquila en su cabeza, sin poder dejar de observar los labios de Cedric y sus dedos entrelazados.

FINDING OUR STARS², cedric diggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora