𝘀𝗶𝘅. 𝗿𝗼𝘆𝗮𝗹𝘁𝘆

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Julio 1994

A sus trece años, Aquila Black se mostraba orgullosa de poder decir que era digna de su apellido.

Ella seguía los ideales de su familia y no les cuestionaba nunca. Lo que sus padres ordenaban, Aquila lo cumplía. Pasaba horas con la cabeza metida entre los libros para llegar a ser Premio Anual algún día. Tenía amigos sangre pura en su misma casa, con los que convivía y se relacionaba. Sus padres discutían sobre con qué familia deberían unir en matrimonio a su perfecta hija, y en esos momentos no había nada que Aquila deseara más que hacerles felices casándose con quien ellos eligieran.

A los trece le siguieron los catorce y su mente seguía estancada en aquel mundo donde ser un monstruo estaba bien visto y lucían con orgullo las presas cazadas. Si pertenecer a la familia Black se consideraba el equivalente a la aristocracia muggle, Aquila portaría encantada su corona de colmillos.

Tan solo había un pequeño inconveniente con nombre y apellido: Cedric Diggory. Si bien ella nunca había querido desobedecer los mandatos de sus padres, inconscientemente había hurgado en un cajón que nunca debería haber abierto

Eridanus no pensaba permitir que su niña cayera en las garras de aquellos magos cuyas disparatadas ideas podrían meterse en la mente de su hija. Él no quería dejar que bajo ningún concepto Aquila se abriera a nuevas posibilidades y maneras de ver la vida.

Odiaría ver a su hija sufriendo como había visto a sus hermanas en el pasado. Le costaría mucho frenar a su padre de hacerle algo si supiera las ideas que traía. Ya era casi imposible mantenerlo alejado de Caelum, declarado traidor desde que clasificó en Gryffindor y empezó a tratar con gente de descendiencia muggle.

Lo que Eridanus no sabía era que, sin darse cuenta, ella estaba haciendo exactamente eso. Poco a poco, iba dándose cuenta de pequeños detalles que hacían que sus creencias decayeran y quedaran enterradas.

Aquila se acercaba a Cedric lentamente, mientras él trataba de hacer lo mismo a pasos de gigante.

Con el transcurso de los años, Aquila estaba aprendiendo a diferenciar sus propios pensamientos de los de su familia. Ahora tenía dieciséis y el labio inferior le temblaba tras terminar de leer la carta que sujetaban sus manos. No habían sido pocas las ocasiones en las que su padre le había ordenado que no se acercara a él, y por primera vez le había desobedecido.

Al final, Eridanus pensó que, la única manera en la que su hija podría alejarse de Diggory, era dándose cuenta por sí misma de lo que pasaría si no lo hacía. Porque él realmente creía en que su hija podía salvarse.

Solo por eso, cuando Aquila le entregó con inquietud la carta a su padre, en la que su novio la invitaba a cenar a su casa, él le permitió acudir.

—¿Vais a dejar que vaya con el traidor? —inquirió Ariadna—. ¿No tiene suficiente con Caelum en casa?

—Estoy segura de que Aquila se dará cuenta de lo que le conviene —advirtió Leonor, su madre, con una mirada severa.

—Voy a ir a cenar con sus padres, sería de mala educación no hacerlo —respondió ella.

—¡Por Salazar Slytherin! ¡Vas a echar a perder nuestra reputación! —bramó Ariadna, con sus ojos llenos de furia fijos en su hermana.

—No me levantes la voz —siseó Aquila.

—No me des órdenes, traidora.

—Dejad de discutir. Ya —ordenó Eridanus—. Si me enfadas, Aquila, no te permitiré ir. Cada una a su cuarto, y va para ti también, Caelum.

Los tres se levantaron de la mesa y subieron las escaleras. Caelum había permanecido en silencio, sin querer meterse en problemas, así que entró en su cuarto sin rechistar. Ariadna, por otra parte, se giró hacia su hermana antes de adentrarse en su habitación.

—No te conviertas tú también en una traidora, o solo quedará escoria en esta familia. Si no fuera por el primo Lynx y por mí...

—Ari, no te soporto.

Ariadna cerró la puerta de su cuarto con fuerza, y Aquila entró en el suyo, suspirando.

Eridanus pensaba que su relación con Cedric era tan solo un acto de rebeldía, y tenía la firme creencia de que acabaría por casarse con un respetable sangre pura. Al fin y al cabo, Aquila siempre había sido su niña perfecta.

Pero su princesa se había enamorado de otro príncipe. Y Aquila sabía que no iba a echar su relación por la borda. Mientras estuviera en su mano, él no sufriría daño alguno.

Tal vez, Aquila, la situación acabaría por salirse de tu alcance, y tu dulce príncipe tendría que soportar las consecuencias. Puede que si no hubieras asistido a la cena, si hubieras decidido cortar toda clase de relación y hubieses desistido de obrar por amor, él no habría acabado tan roto. Pero ¿cómo ibas a saber tú lo que el destino os tenía guardado bajo llave?

Recuerda esto siempre, Aquila. Cuando la bestia te encuentra, nunca te liberas de ella. Y la tuya vivía dentro de ti desde antes de nacer. Ahora solo quedaba esperar a su espeluznante actuación.

FINDING OUR STARS², cedric diggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora