𝗳𝗶𝘃𝗲. 𝗶 𝗹𝗼𝘃𝗲 𝘆𝗼𝘂

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Mayo 1994

Ciertas personas tienen más dificultad que otras a la hora de decir «te quiero», temiendo que puedan sonar a palabras vacías, falsas, usadas como adorno de una bonita mentira.

Al estar acostumbrado a oírlo, es más fácil repetir esas palabras. Pero, si no se ha aprendido esa costumbre desde pequeño, no quedará tan arraigada. ¿Cómo confesarle un amor sincero a alguien, cuando en el hogar nunca se ha visto?

Sin darse cuenta, se dices una vez, porque es lo correcto, es lo que los demás dicen. Pero tan solo quedan en palabras sueltas, sin sentimiento. Aquila se sentía así, pensaba que estaba del revés. Nadie parecía tener problema alguno con decir en voz alta «te quiero».

En su casa, las cosas eran algo diferentes. No se escuchaban aquellas palabras pronunciadas con el cariño de una madre, con el amor de un padre. No mostraban el afecto que un matrimonio enamorado juraba mantener.

Desde pequeños, los tres hermanos habían vivido en una casa cuyas paredes se cerraban y los aplastaban, ocultando todo el aprecio que cubría el mundo fuera de aquellos muros. En el exterior, los demás hermanos se abrazaban y se decían «te quiero» todos los días. Dentro de la mansión que era su hogar, aquello no ocurría. 

¿Cómo podrían sus padres querer a Caelum, un traidor a la sangre bajo sus ojos? Para ellos, él les había abandonado. Acabaría por ser repudiado de la familia, como otros traidores antes de él, como sus tíos.

¿Cómo iba su hermana Ariadna a querer a alguien, si toda su aura reflejaba odio? Su hermana era igual que su abuelo Cepheus y su tío Perseus: diabólica. Sus oscuros pensamientos no daban cabida al amor.

Y Aquila vivía atrapada en un hogar donde fingían que todo iba bien.

Las cosas no debían seguir así. Porque ahora Aquila quería a alguien con todo su ser, con cada parte de su cuerpo. En su corazón estaba escrito «Cedric Diggory» con letra cursiva. Pero la misma tinta que dibujaba su nombre introducía su veneno en su sangre, cargando de importancia su significado.

Aquila no soportaba la idea de tener que enfrentarse a ello y decirle a Cedric que le quería. Ella le amaba, pero ¿cómo confesar aquellas palabras que nunca antes habían sido verdad? Estaba aterrorizada por soltar la bomba y que no explotara, de que se quedara inmóvil y libre del concepto de emociones.

Veía la forma en la que Cedric pronunciaba aquellas palabras, con tanto cariño, tanta naturalidad y bondad como si se hubiera entrenado toda la vida para aquel momento. Ella no le contestaba, no podía hacerlo. Si lo hacía, era probable que se destapara la verdad, que ella no sintiera sus palabras, que quedaran flotando en el vacío.

Trató de explicárselo, de expresar con palabras cómo su mente no descansaba intentando averiguar cómo abalanzarse sobre la situación y salir adelante.

No quería seguir huyendo. No comprendía ya por qué, aun sabiendo con certeza que sus sentimientos eran reales, no era capaz de manifestarlos en voz alta.

Poco a poco, el miedo y la angustia iban disminuyendo. Aquila se sentía tan cómoda y acogida en los brazos de Cedric... Quería besar sus labios angelicales el resto de su vida, y saborear cada sensación que le producía hacerlo. Sentía que flotaba y que su mente nadaba lejos de su cuerpo, que ya no le controlaba ni a ella ni a sus palabras.

—Te quiero.

—¿Aquila?

Abrió los ojos en medio de la marea de emociones en la que se ahogaba.

—Te quiero —repitió, muy consciente de que cada letra cargaba la más grande realidad de lo que su corazón sentía.

La sonrisa en el armonioso rostro de Cedric hizo que Aquila se preguntara por qué no lo había dicho antes. Si hubiera sabido que sus labios se curvarían en el gesto de alegría más hermoso que había tenido el placer de apreciar, estaba segura de que lo habría hecho mucho antes.

Aquila, en ese momento, ya no recordaba sus razones para no poder recitar los «te quiero». Sus motivos quedaron en el olvido, en un limbo entre el maravilloso presente y sus dolorosos recuerdos.

Ya no les hacía caso a los demonios que le gritaban que no lo hiciera. Lo único a lo que escuchaba eran los labios de Cedric, susurrando contra su frente.

—Te quiero, Aquila.

Te quiero, hasta el día de mi muerte.

FINDING OUR STARS², cedric diggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora