𝘀𝗲𝘃𝗲𝗻. 𝘁𝗵𝗲 𝗱𝗶𝗴𝗴𝗼𝗿𝘆 𝗳𝗮𝗺𝗶𝗹𝘆

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Julio 1994

Aquila mentiría si dijera que no estaba nerviosa ante la perspectiva de conocer a los padres de Cedric. Le alarmaba que, por algún motivo, no les agradara. Ya tenía bastante con lo que sus padres pensaban sobre su relación, como para añadirle más personas descontentas.

Llamó a la puerta de madera después de pasar un minuto entero alisando cada arruga que veía en su falda y en su camisa. Dar una mala primera impresión no era lo que buscaba.

No pasaron más de unos segundos hasta que Cedric abrió la puerta, recibiéndola, con una sonrisa radiante iluminando su rostro.

—Estás preciosa, Aquila.

Ella se mordió el labio inferior, sonriendo, y le dio un corto beso antes de contestar:

—Tú te ves genial, Cedric.

Él la agarró de la mano con delicadeza tras cerrar la puerta, y se dirigieron al comedor, donde los señores Diggory los esperaban.

—Papá, mamá, os presento a Aquila —dijo Cedric, pasando el brazo por encima de los hombros de la chica.

—Encantada de conocerles, señor y señora Diggory.

Aquila les dio la mano a ambos sin borrar su elegante sonrisa del rostro.

—Es un placer verte al fin, Aquila —dijo la señora Diggory, correspondiendo al saludo de forma cariñosa.

—Nos alegra conocerte, Ced nos ha hablado muy bien de ti —añadió su padre, guiñándole un ojo a Cedric.

Lejos de avergonzarse, Cedric soltó una risa y asintió con la cabeza, retirando un poco hacia atrás la silla de Aquila para que se sentase a la mesa.

Amos Diggory resultó ser un hombre con mucho carisma, que adoraba con todo su corazón a su hijo y no dejaba de demostrarlo, hablando mil y una maravillas de él. Aquila estaba encantada escuchando las historias de Cedric cuando era pequeño. Su madre, Mildred Diggory, era una mujer amable y bondadosa, y Aquila se percató de cuánto se parecía Cedric a ella.

Los silencios no eran incómodos, llenos de risillas por lo bajo y miradas de reojo. Aquila jamás había tenido una comida así en su casa, donde, como mucho, sus padres hablaban sobre las novedades en el mundo mágico. Nunca preguntaban cómo les había ido el día, ni les pedían opiniones.

Quizá así era cómo se sentía estar en familia, en realidad.

—Ced es un gran jugador de quidditch —aseguró su padre, al tiempo que asentía con la cabeza y se echaba más vino de saúco en la copa—. El año pasado, supongo que verías el partido, venció a nada más y nada menos que ¡Harry Potter!

—Papá, ya te he dicho que él se cayó de su escoba...

Él hizo gesto de restarle importancia, y Cedric suspiró. Se acercó a Aquila para susurrarle:

—Cuenta esa historia siempre que tiene la oportunidad.

Ella soltó una risita disimulada y le dedicó una sonrisa. No le molestaba lo mucho que Amos Diggory halagaba a su hijo, era divertido.

—¿A ti te gusta el quidditch, querida? —le preguntó la señora Diggory.

—Volar no se me da mal.

—¿Y no estás en el equipo de tu casa? —quiso saber el señor Diggory.

Aquila negó, con una mueca en la cara.

—En Slytherin no suelen presentarse chicas para el equipo de quidditch... —murmuró.

Sabía que no era una norma explícita y que sí había habido alguna chica en el equipo, pero no era lo habitual. Gustase o no, Slytherin era una casa plagada de familias puristas, y sus ideales estaban algo anticuados.

—Oh, vaya —susurró la madre de Cedric—. Pues las mujeres podemos jugar igual de bien que los hombres al quidditch, deberían tenerlo en cuenta.

—Lo sé, señora Diggory.

Aquila sonrió, apenada.

Recordaba que su padre le dejaba usar su vieja Nimbus 1000 cuando todavía no había entrado a Hogwarts. Siempre le decía que su abuelo no debía enterarse, porque, según Cepheus, no era algo que debiera hacer una «señorita».

—Cuando yo iba a Hogwarts, mi mejor amiga jugaba en el equipo de nuestra casa, Hufflepuff, y era muy buena guardiana.

—¿Usted ha jugado alguna vez? —le preguntó con curiosidad.

—Nunca me gustó demasiado —admitió ella—. No sé de dónde ha sacado Ced su talento, Amos tampoco es un gran jugador...

—Pero mujer, no digas esas cosas, si a mí el quidditch no se me da tan mal —contradijo él de manera bonachona.

—Papá, se te da fatal —se rio Cedric—. Cuando montaste en mi escoba casi te rompiste la muñeca.

El señor Diggory apuntó con el dedo a su hijo y, en tono bromista, añadió:

—No deberías hablar así de tu padre.

A la hora de despedirse, Aquila se sentía realmente triste por tener que marcharse. Se había sentido a gusto y acogida en casa de Cedric, y volver con su familia solo la iba a poner triste, sabiendo que desaprobaban su comportamiento.

—Me lo he pasado genial —le aseguró Aquila, cuando se quedaron a solas en el salón, lista para usar la Red flu.

—A mis padres les has caído estupendamente —comentó el chico con una gran sonrisa.

—Yo caigo bien a la gente —se rio ella, encogiéndose de hombros.

—Porque eres increíble —aseguró Cedric, acercándose para darle un beso.

—Te quiero, Cedric.

—Yo también te quiero.

Volvieron a besarse, con el calor de la chimenea encendida, esperando a que Aquila la usara.




a alguien le encanta Amos Diggory pero no os voy a decir quién soy. ¿quién no presumiría de tener a Ced como hijo? yo creo que imprimiría camisetas.

FINDING OUR STARS², cedric diggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora