Capítulo XIV

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Lluvia de cenizas”.

Él acomodaba aquel banco con una leve sonrisa. Se acomodó el cuello de la camisa del traje y se miró al espejo. Llevaba su traje de bodas, aquel traje que tenía que usar cuando se casó. Aquel traje que aún tenía el aroma de su esposa gracias a la luna de miel. Hace años que no lo usaba, pero ese día era un día especial. El aniversario de casados que poseía con ella. Recordaba que la primera vez fueron a cenar y bailaban contentos, cedientes y luego se fundieron en un beso fusionándose por primera vez tras casarse. Era un cúmulo de emociones que eran fascinantes.

Se giró y se inclinó a poner música, golpeando con cuidado su pie contra la madera, se giró hacia la espinela que poseía su extravagante vestido, sentada en el banquito. Golpeó nuevamente su pie y chasqueó los dedos, danzando frente a ella. La muchacha lo acompañaba con sonoros aplausos y una sonrisa hermosa.

—¡Sigue, sigue! —le exclamaba ella. Él rió sintiéndose como una stripper y dio varias vueltas para caminar hacia el banquito.

La sonrisa de la muchacha fue desapareciendo, mientras que comenzaba a aplaudir lentamente. Steven agrandó su sonrisa, llegando a forzarla. Al estar frente a aquella gema, un llanto comenzó a inundar sus oídos. Retrocedió.

—¿Steven? ¿Estás bien? —se tapó los oídos y cerró con fuerza los ojos pero la voz de su esposa se notaba ida y el llanto se notaba que aumentaba. El aire comenzaba a faltarle y abrió los ojos, observando que su esposa no estaba. Estaba solo. Siempre estuvo solo. Tosió con dificultad pero negó con la cabeza. El llanto se hizo insoportable. ¿Qué le pasaba? ¿Qué estaba pasando? Y de repente, cayó.

Cayó al suelo en seco, llegando a toser con fuerza, junto a unas lágrimas que descendían de sus ojos. Pasó una mano por su cuello y observó el alrededor.

Estaba el lugar lleno de botellas. Se giró a mirar hacia atrás y observó el banquito tirado en el suelo. Levantó la mirada y entrecerró los ojos.

—¿Por qué hay una cuerda...? —acomodó nuevamente el cuello de su camisa y inmediatamente se la quitó—

Se quitó el pedazo de soga que colgaba de su cuello.

Tragó saliva y abrió los ojos como platos.

—¡Loto! —gritó y salió corriendo hacia donde estaba la bebé llorando desconsoladamente. La cargó y observó sus ojos llenos de lágrimas, respiró con dificultad y volvió a mirar la habitación donde estaba. —Lo siento, Loto, ya, ya —susurró y la meció, causando que lentamente su llanto se vuelva imperceptible.

...

—¿Así que es mi culpa? —cerró sus ojos —¡¿es mi culpa que ella no esté aquí?! ¡¿Es mi culpa que vea sus fotos y recuerde su sonrisa y... Simplemente me traicionó y me dejó tirado?! ¡¿Acaso hice algo mal?! —el color rosado predominaba en su piel. Sus ojos hinchados, ya no se sabía si era por el color o por llorar —¡estoy cansado que me preguntes si sigo tomando las pastillas! ¡¿Podrías concentrarte en que realmente la extraño?! ¡Sé que no debería, porque fue una perra conmigo! ¡Ella me odiaba! Yo lo sé —se tiró el cabello hacia atrás —¡ELLA SABÍA QUE ME LASTIMABA E IGUAL HIZO LO QUE HIZO!

—¿Qué hizo? —el psicólogo se quitó los lentes y lo miró sereno. Parecía que no lo tomaba en serio, a veces ni Steven se tomaba a sí mismo en serio.

She's GONE | StevnelWhere stories live. Discover now