1

5.3K 466 82
                                    

No sabía ni hacia dónde me dirigía.

Notaba el alcohol en mis venas. Podía sentirlas palpitar. Mis párpados caían y mi cabeza se balanceaba amenazando con la posibilidad de quedarme dormido en cualquier momento. Pero eso no podía permitirlo. No ahora.
Sacudí la cabeza y arrugué los ojos para volver a abrirlos con fuerza. Tenía que seguir.
Apreté las manos en el volante, mis nudillos ya blancos, y fijé la vista en la carretera como si mi vida dependiera de ello. Que en cierto modo, lo hacía.

En ocasiones volvía a mis sentidos y me preguntaba a mí mismo "¿Qué estás haciendo? ¿A dónde te diriges, puto loco? Estás como una cuba". Pero entonces el borracho vengativo se apoderaba de mí y recordaba hacia dónde iba y por qué.

En la radio sonaba Old Town Road, y la melodía iba acompañada por el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre los cristales.
No había bebido hasta el punto de soltar incoherencias o de hacer estupideces, pero sí tenía un mareo intenso y algún que otro pensamiento sin sentido, por lo que cuando avisté una gasolinera, no dudé en hacer una parada.

La noche era oscura, y la luz del establecimiento resaltaba como un bote salvavidas. Si no hubiese sido así, seguramente ni me hubiera percatado de que estaba ahí.
Quité la llave de contacto y resoplé, dejándome caer en el cuero negro del respaldo de mi asiento. Me pasé una mano por el pelo, estresado.
Una señora de uniforme naranja se asomó por la cristalera de la tienda veinticuatro horas, admirando mi coche. Era normal, no se solían ver autos como ese por aquellos sitios.
Apagué la radio y los sonidos de los bichitos de la noche se hicieron presentes. Recuerdo que una vez, en unas circunstancias parecidas a estas, le pregunté a mi padre: "Papá, ¿qué son esos ruidos?". Y él me respondió: "Son cigarras, hijo". Pero para mí siempre fueron "los bichitos de la noche".
Me agarré la cabeza con las manos, ya me estaba afectando el alcohol.

Abrí la puerta y bajé del coche. Me ajusté la corbata y me vi reflejado en la ventanilla al cerrar la puerta. ¿De qué servían ahora las apariencias? ¿De qué sirve un buen físico, un coche caro y una camisa bien planchada cuando todo dentro de ti se ha derrumbado?
Y así, bajo mi estado de ebriedad, me juré a mí mismo no volver a ajustarme la corbata. Total, ya no importaba.

Sería raro haber parado allí para nada así que caminé hacia la tienda mientras hurgaba en mis bolsillos en busca de dinero.

"Qué tontería. Yo siempre tengo dinero".

Reí tontamente con mi pensamiento y tropecé con mis propios pies. Me erguí enseguida y miré a mi alrededor por si alguien me estaba viendo hacer el idiota.
De hecho, me llevé una sorpresa cuando entre toda la oscuridad y la mugre de aquel lugar, encontré unos ojos que me miraban.
Me sobresalté un poco. El chico, o chica, ya que estaba a una distancia en la que no lo podía diferenciar, estaba agazapado sobre la acera, mirándome.
Su mirada era más que nada, temerosa.
Quizá por eso lo ignoré y entré a la tienda apresurado. Sus ojos de cachorrito abandonado me habían hecho sentir culpable. Culpable de algo que no sabía ni lo que era.

Una vez dentro, el ambiente me chocó un poco. Musiquita alegre sonaba por los altavoces y había demasiada luminosidad para mí. La señora de uniforme que antes miraba mi coche, ahora me mostraba una sonrisa de oreja a oreja.
Le medio sonreí, aunque más bien me salió una mueca deforme, pero se tendría que conformar con eso.
Paseé por los pasillos mirando los artículos de los bajos estantes. No necesitaba nada, sólo estaba allí por hacer algo. A lo mejor sólo necesitaba tiempo. Tiempo para que se me pasase la moña.

Al final acabé sacando un puñado de barritas energéticas de una máquina expendedora y unos cuantos cafés. Salí de la tienda con la bolsa en mano y no pude evitar echarle una mirada al chico de antes, quien seguía sentado, abrazándose las piernas.
Entré en el coche y decidí cerrar los ojos y quedarme así durante unos momentos. En silencio. Todos los humanos necesitamos momentos así de vez en cuando.
Respiré hondo repetidas veces, sintiendo mi pecho subir con las inhalaciones y bajar lentamente después, despejando mi mente.
Lamentablemente, mi ejercicio de relajación fue interrumpido por unos golpecitos en la ventana del copiloto. Por la impresión, me atraganté con mi propia saliva y tosí un par de veces antes de mirar irritado a quien osase irrumpir en mi paz.

Abrí los ojos como platos cuando vi a quien me miraba desde fuera, inclinado sobre la ventanilla, con un puño sobre ésta.
Eran los ojos de cachorrito abandonado.
Instintivamente, miré hacia donde estaba antes aquel chico. Ya no estaba. Claro, porque ahora lo tenía delante de mis narices.

Bajé la ventanilla.

Nos miramos unos segundos. Yo esperando a que hablase, y él... bueno, él no sé a lo que esperaba.

–Lo siento –fueron sus primeras palabras. Abrió la boca para hablar, pero pareció retractarse. La volvió a abrir y habló por fin– Es que... parecías en mal estado.

Tragué saliva y traté de que las palabras me salieran lo más fluidas posible, teniendo en cuenta que ese chaval podría llamar a la policía o algo por el estilo.

–Estoy bien.

Unos segundos de silencio.

–No lo parece.

Volví la mirada al frente y me repasé el puente de la nariz con los dedos. No estaba en condiciones para charlas de autoayuda.

–Huele a alcohol –volvió a hablar.

Le miré fastidiado.

–Escucha. Sé lo que me vienes a decir, y puedes ahorrarte el tratar de convencerme para que me siente en el suelo a esperar a que se me pase la borrachera.

Le observé bien, de primeras parecía un crío asustadizo y ahora de cerca era bastante diferente. Llevaba la capucha puesta, pero mechones rubios y rizaditos quedaban a la vista. Parecía de mi misma edad.

–No es mi intención tratar de convencerte de nada.

Su voz era aguda, inofensiva. Comenzaba a exasperarme.

–Entonces ¿qué es lo que quieres?

Noté que suspiró y frunció los labios, hundiendo más las manos en los bolsillos de su sudadera negra.

–¿Hacia dónde vas?

La pregunta me pilló un poco desprevenido, pero respondí sin dudar.

–Hacia ninguna parte en especial.

–¿Puedo ir?

En ese momento, si hubiera estado sobrio, igual hubiera pensado un poco mejor las cosas. ¿Por qué dejaría a un desconocido subirse a mi coche? ¿Para qué iba a hacerlo? Había bebido, ¿y si teníamos un accidente?
Pero entonces estiró la comisura izquierda de sus labios formando una media sonrisa, y vi en él algo que despertó mi curiosidad interior. Vi en sus ojos al chico que abrazaba sus rodillas sentado en la acera de una gasolinera, temeroso de quién sabe qué. Pero también vi en su sonrisa a un chico atrevido. Y tan atrevido, que estaba dispuesto a ir con un borracho al volante hacia ninguna parte en especial.

Enarqué una ceja y desbloqueé las puertas, retándolo en silencio. Ante esto, el chico rubio entró sin titubear, y antes de darme cuenta, ya estaba sentado a mi lado, ofreciéndome la mano.

–Jung Wooyoung.

Le correspondí el apretón de manos mientras miraba sus ojos color café.

–Choi San.

INCIPIENTE - woosanWhere stories live. Discover now