Epílogo

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Song Mingi

Detuve el coche respirando violentamente, mirando aquella maldita casa. Maldije entre susurros, todo lo que tenía en mi vida había sido destruido.

Bajé del coche casi de un salto y oí exclamaciones detrás de mí.

-¡Jefe! ¡Jefe! ¡Espéranos!

No hice caso y me planté frente a la puerta de la casa de Taeyong, la cual estaba extrañamente sumida en un silencio aterrador.

Miré hacia atrás, a las caras de Minho, John, Seonghwa, Chanhyuk, Jinwoon, Minwoo y varios más. Todos estábamos igual de confundidos.

-¿Qué es lo que ha pasado aquí? -preguntó Chanhyuk.

-No se oye nada -habló Minho.

Lo que tanto me temía había ocurrido. No había otra explicación.

-No... me lo puedo... creer -dijo la voz entrecortada de Seonghwa. Sus dedos temblorosos se acercaron a la puerta, sacando uno de los papeles que había pillados en el marco.

-¿Qué es? ¿Qué pone? -dijo alguien.

Seonghwa lo revisó detenidamente y tragó saliva.

-No pone nada -dijo- pero lo muestra todo.

Nos reveló la fotografía que había plasmada. Y en ese instante un cosquilleo se hizo presente en mi estómago. El cosquilleo fue aumentando a medida que los ojos de mis compañeros se agrandaban con incredulidad ante las imágenes, pues Seonghwa fue mostrando las demás fotos.

Y rompí a reír.

No podía parar mis carcajadas. No me lo podía creer. Las fotografías hablaban por sí solas, mostrando a un San despreocupado, sacando la lengua con el rostro lleno de sangre. A un Wooyoung divertido, haciendo el símbolo "V" con las manos también pringadas de sangre. Y por último, tres fotos besándose como si no existiera nadie más en el mundo que ellos.

Abrí la puerta de una patada. Y un olor asqueroso, que hizo salir corriendo a más de uno, inundó nuestras vías respiratorias. Observé los cuerpos con una puta sonrisa. En la entrada, sobre el suelo, cubierta de sangre oscura, yacía una fotografía de diferente material a las anteriores, quizá algo oscurecida por el tiempo. Me agaché y la sostuve entre los dedos, admirándola. La foto mostraba un niño pequeño y sonriente, portando un uniforme escolar y una mochila a su espalda, haciendo una "V" con los dedos. Se me parecía a alguien, pero no podía recordar a quién. Volví a dejarla donde estaba sin darle más importancia.

En esos momentos sólo podía pensar, con una sonrisa y un sabor amargo en la boca, en lo increíbles que eran esos dos. Habían hecho lo que les había dado la gana independientemente de nadie. "Qué cabrones".

-¿Qué haremos ahora, jefe? -habló John con una mano cubriendo su boca, reprimiendo una arcada.

Era buena hora para decirles lo que les tenía que haber dicho hace mucho tiempo, pero que al parecer no me atreví hasta que no lo vi todo arruinado ante mí.

-No me llames así, yo ya no soy tu jefe. Y respecto a tu pregunta, la voy a responder para todos. Limpiaros la mierda que os ha estado atormentando, conoced a alguien, regresad a vuestras casas, reconciliaros con vuestras familias y buscad un trabajo.

Me miraron como niños pequeños siendo sermoneados. No tenía ni idea de a dónde habían ido los demás internos, pero supe que habiéndose entrenado en mi ya extinta organización, todo estaría bien para ellos.

-¿Y qué harás tú? -cuestionó alguien.

-Yo... -suspiré- comenzar a vivir. Que ya es hora.

Y pensé en esos dos locos.

Fueron las cicatrices que partieron la tierra, los tsunamis que nos ahogaron a todos, los cuchillos que desgarraron gargantas, los demonios que arruinaron vidas y los ángeles que nos las salvaron.

Dos meteoritos que tenían distintos destinos, pero colapsaron entre sí.

El fuego que hizo arder al hielo.

INCIPIENTE - woosanWhere stories live. Discover now