FUEGO

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Nos dejamos caer en los asientos de cuero negro del coche, mirando el cielo estrellado a través del cristal. Resoplando, como si acabáramos de correr una maratón. Noté un pequeño bulto debajo de mí y me levanté ligeramente, dándome cuenta de que me había sentado sobre la cámara que San había robado.

Con una pequeña sonrisa, la sostuve entre mis dedos y miré a San con picardía. Me devolvió la mirada y le contagié el humor. Enseguida reímos y encendimos la cámara. Me incorporé, girándome hacia él y apuntándole con el objetivo.
El pelinegro posó sacando la lengua y saltó el flash, sacando la foto en papel por una rendija superior. La cogí y la sacudí ligeramente para que se revelara la imagen. Había salido jodidamente perfecta.

Entre risas, me arrebató la cámara de las manos, e ignorando mis protestas me sacó una foto a traición.

-¡Para! -reí.

-Sonríe -dijo, aunque ya lo estuviera haciendo.

Le mostré a la cámara mis dos dedos corazones y una expresión de superioridad. Rompimos en risas al ver las reveladas fotos y, cuando nuestros ojos se encontraron, como de costumbre nos leímos la mente. Y nuestra repentina felicidad desembocó en nuestros labios presionándose con fuerza. Nos separamos al instante, mirándonos con los ojos brillantes.
Alzó la cámara, apuntándonos, y volvimos a besarnos. Una, dos, tres veces. Tres fotos.

Me separé a regañadientes, porque bien podría quedarme lo que me restaba de vida entre sus labios, y cogí todas las imágenes impresas.

Abrí la puerta y me dispuse a salir.

-¿Qué vas a hacer? -preguntó San, confuso.

-¡Dejar nuestra firma! -exclamé ya fuera, para que me oyera.

Troté hasta la fachada de la casa, y evitando mirar al interior, dejé todas las fotos bien expuestas pilladas en el marco de la puerta, cerrándola al acabar.
Corrí de vuelta al coche, pues la noche comenzaba a refrescar, y me senté en el asiento del copiloto.

-¿Por qué haces eso? -dijo San. Aún algo confundido.

-Ya te lo he dicho, esa será nuestra firma. Nuestro más bonito cuadro.

Él rió.

-Entonces hay que ponerle nombre. Podría llamarse...

-Destrucción.

-Destrucción. Buen nombre, porque desde luego lo has destruido todo -colocó los brazos de forma que estaba simulando sujetar un arma de fuego, con una expresión graciosa- pa-pa-pa-pa-pa, a tomar por culo todos.

Comencé a reír sin parar por su imitación y le pegué juguetonamente en el brazo. San rió al unísono, y alargó una mano para acariciarme el pelo.

-Incendio sería un mejor nombre -afirmé- nos representa bien.

Él alzó las cejas, como pidiendo una explicación por ello.

-Somos como dos malditas llamas de fuego. Destruimos todo a nuestro paso -detallé.

-Llamas que colisionan juntas -añadió, pasando la mano que tenía sobre mi pelo hasta llegar a mi nuca, para atraer mi cara hacia la suya.

Me di cuenta de que estaba en lo cierto. Porque sí, éramos dos llamaradas de fuego, y ardimos juntos en ese Mustang.

Nuestros ojos se cerraron a la vez y toqué sus labios una vez más. Nuestras narices se rozaron suavemente, respirándonos mutuamente, inhalando nuestra propia esencia. Nos tocábamos como si fuésemos novatos, y besé con suavidad sus finos labios. Él puso una mano sobre mi cuello, aquel fetiche suyo, y fue desplazando sus largos y huesudos dedos hasta llegar a frotar el lóbulo de mi oreja. Tocó la sangre seca que había brotado de mi oído sin darse cuenta. Atrapé su labio superior con los míos, separándome y volviéndome a juntar de forma lenta. Hasta el momento parecía que yo llevaba el mando, pero la ilusión me duró bien poco, pues enseguida su parte dominante salió a la luz y solté una risita por ello. Me besó con necesidad.

INCIPIENTE - woosanWhere stories live. Discover now