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"Heathens" de Twenty One Pilots sonaba desde el altavoz que el rubio solía tener siempre encendido. Él decía que todo momento necesitaba su banda sonora.

Su mirada se encontraba perdida. Ajeno a la melodía, ajeno a mí y ajeno a la situación actual. Ahora estábamos en la cocina, él pendiente únicamente del alcohol que estaba ingiriendo. Yo le miraba desde una de las sillas, entre preocupado y asustado.

–¿Eres consciente de lo que pudo haber pasado? –dijo con un hilo de voz.

–Wooyoung, ya hemos hablado de eso...

No esperaba que reaccionara, así que subí mi mirada para intentar conectar con sus ojos, pero fue inútil. Su mirada seguía igual de perdida que antes, con la única diferencia de que ahora sus labios estaban entreabiertos.
Desde aquí podía observar pequeñas gotitas de alcohol brillar sobre la mullida superficie de sus belfos. Me levanté dispuesto a brindarle algún tipo de apoyo emocional, ya que parecía afectado, pero éste pareció volver a la vida y me miró... con desprecio.

Alzó la mano y la botella de vodka que sostenía terminó destruida en el suelo. El impacto y su agresividad provocaron que diera un salto en el sitio.

–¿¡Qué haces!? –grité, el rubio estaba claramente borracho y fuera de sí.

–No. ¿Qué haces tú? –contraatacó, bajándose de la encimera y pisando los cristales rotos.

Se acercó a mí y pegó nuestras frentes juntas. Éramos de semejante estatura, y a pesar de que yo era más corpulento, en esos momentos me sentí inferior. Nunca antes le había visto así y no pensé que fuera posible. Jung Wooyoung constaba de varias facetas, pero esta era una nueva.

–Si esa tía hubiese continuado con la tontería de la policía, si Taeyong se hubiese enterado... –resopló– Estamos intentando matar a alguien y hemos secuestrado a su novia. ¡Joder, esto es de locos!

Se agarró las hebras rubias con las manos, estaba estresado y asustado, podía notarlo. Una vena a lo largo de su sien comenzaba a marcarse y respiraba con nerviosismo.
Yo dejé de sentir pena por él y comenzó a contagiarme su actitud. ¿Por qué ahora decía todo eso? Él mismo había dejado K.O a Cheng Xiao, él quiso venir y atenerse a las consecuencias. Dentro de mí, sentí la rabia crecer y crecer como si fuera un globo de helio, hasta que explotó.

–¿De qué mierda te quejas? Tú ya sabías a lo que venías. ¡No es mi jodida culpa que te hayas querido subir a mi coche en medio de una gasolinera como si fueras una prostituta barata!

Lo siguiente que sentí fueron sus duros nudillos en mi mandíbula, y tal fue el golpe que trastabillé hasta caer de espaldas en el frío suelo de mármol. Otro golpe. Mi cabeza había dado contra la dura superficie y fui incapaz de reaccionar.

Tampoco fui capaz de darme cuenta del momento en el que se sentó a horcajadas sobre mí.
Una corriente de dolor atravesó mi nuca y la parte trasera de mi cráneo cuando recibí otro golpe en la mejilla izquierda. Cerré los ojos. Pasaron segundos, incluso minutos, en los que nada pasó. Fue como si el universo hubiese querido detener el tiempo para pararse a mirar cómo estos dos gilipollas se daban de ostias.
Sentí su aliento sobre mí. Ese asqueroso olor a alcohol. También sentí sus manos aferrarse a mi camiseta, y unos sollozos entrecortados salieron de su boca.

De pronto, mi mente espabiló y fui consciente. Me incorporé con él aún encima y abrí los ojos de golpe.
Me miró sorprendido, con los ojos aguados y las lágrimas por sus mejillas. De nuevo la cara de cachorrito abandonado.
Le agarré por la nuca y le aticé un golpe fuerte con el puño en el estómago. Le faltó el aire y jadeó sin fuerzas.
Aproveché la situación y le levanté del suelo estampándolo contra la pared de la cocina. Apreté mis manos en sus hombros, sabía que le estaba haciendo daño.
En ese momento me recordó a un león. Los leones atacan cuando temen, y temen cuando les temes. Jung Wooyoung era un jodido león. El chico ha atacado cuando se ha visto aterrorizado, o, más bien, cuando me ha visto a mí aterrorizado ante la situación.
Cada vez todo se tornaba más y más serio. Más y más peligroso. Ese chico decidió darle la mano a mi sed de venganza, y yo se la cogí con gusto. Pero nos estábamos olvidando de lo más importante, y es que íbamos dados de la mano.

Le solté con brusquedad. No éramos nosotros nuestros enemigos.

Tosió con fuerza. Se apoyó en la pared y me miró cansado.

–Yo sólo quería –expresó en voz débil– Olvidarme de todo y...

No terminó la frase. Derramó otra lágrima y me di cuenta de que tan solo estaba asustado.
Ante esa imagen visual, el único pensamiento que me vino a la mente fue que la próxima vez debería de esconder mejor el alcohol.

Nos separaban unos centímetros de distancia y todo se tornó tenso. Muy tenso.

Ambos teníamos golpes sobre nuestros rostros que nosotros mismos habíamos causado. Estábamos cansados. Derrotados. El rubio tenía los ojos rojizos debido a la mezcla del alcohol y el llanto.
Y no sé si fue la atmósfera cargada de tensión, preocupación e ira. No sé si fueron nuestras simples necesidades vitales. Quizá fueron mis ojos anheladores y sus labios resecos lo que ocasionó el verdadero desastre.

En cuanto nuestras bocas hicieron contacto, le agarré por la parte trasera de los muslos y le subí en la mesa de la cocina.
No nos besábamos. Nos devorábamos.
Mis labios succionaban los suyos y mis manos estaban a ambos lados de su cara, notando el movimiento de su mandíbula al besarme. Yo ansiaba por más, así que mordí con delicadeza su labio inferior y aproveché la apertura de su boca para ejercer una lucha de lenguas, haciendo que el sabor intenso del vodka se filtrara en mis papilas gustativas.
El sucio sonido de nuestras bocas moviéndose al compás era lo único que se escuchaba en la estancia.

Wooyoung se deslizó sobre la mesa hasta acabar sentado en el borde, haciendo que nuestras anatomías se tocasen, provocando que mis músculos se tensaran al sentir la fricción.
Gracias a mi prenda superior, que se trataba de una camiseta de tirantes con los costados abiertos, pudo acariciar la desnuda piel de mi torso cuando bajó sus manos a mi cuerpo.
Nos separamos un segundo y nos dedicamos una mirada ansiosa. Me acerqué de nuevo y bajé mis besos al cuello. Lo oí suspirar de puro placer y yo me deleité con sus ocasionales gemidos.
Tuve problemas al intentar sacarle la camiseta así que se la rompí, molesto. Me miró incrédulo y apacigüé su expresión volviendo a besarlo. Nuestras bocas encajaron y bajamos el ritmo.
Ahora sus carnosos labios apresaban los míos y se desenvolvían en un movimiento brutalmente lento.

Acerqué aún más si era posible su cabeza hacia mí, rodeando su nuca con mi mano. Noté que un escalofrío recorrió su organismo por el frío contacto del metal de mis anillos contra su piel. Sus dedos curiosos recorrieron despacio las marcas de mis costillas y las palmas de mis manos paseaban por su espalda.
Me quité la camiseta en un movimiento rápido y procedí a dejar marcas sobre sus clavículas y pecho. Pruebas de que mis labios alguna vez estuvieron ahí.

Apretó su cuerpo contra el mío y ejerció una presión tentadora. Empuñé sus rizos rubios con mis manos.
Me separé de golpe en busca de aliento y admiré a un Wooyoung con el pelo revuelto y ojos de cervatillo inocente. Lágrimas secas surcaban sus mejillas y su pecho subía y bajaba ansioso. Pequeños moretones se habían formado en su cuello y torso.

–¿Pasa algo? –pronunciaron sus labios, rojizos y ligeramente hinchados.

Su pregunta me hizo pensar. ¿Pasaba algo? Sí. Pasaba todo. Absolutamente todo.
Pero cuando nuestros labios se besaban no pasaba nada. Cuando nuestras manos exploraban el cuerpo del otro no pasaba nada. Él sentado en la mesa de la cocina con las piernas abiertas y yo entre ellas no pasaba nada. Absolutamente nada.

El rubio alargó un pie y empujó mis piernas acercándome otra vez hacia él.
Seguí el movimiento de sus manos, y, desvergonzadamente, comenzó a desabrocharme el cinturón con parsimonia.
Ahí me di cuenta de que estábamos jodidos. Los dos. Por jugar a ser asesinos. Éramos idiotas. Idiotas que descargaban su ira entre sí.
Con un dedo recorrí la línea que marcaba el camino de su mandíbula.

Esa noche ninguno de los dos nos hicimos responsables de nuestros actos. Entre las agitadas sábanas de la cama me quedó clara una cosa, y es que si mis propias ganas de venganza no me destruían, aquel chico terminaría por hacerlo.

INCIPIENTE - woosanWhere stories live. Discover now