Tres

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Desenrolló el papel magullado que traía aprisionado entre sus manos. Me pareció que lo hacía de manera un tanto temblorosa. Observé de costado su rostro mientras lo mantenía sumergido en el mapa que desplegaba ante nosotros. Después de algunos segundos me fijé en el plano de calles.

—Esto queda cerca, ¿no? —preguntó, señalando un punto remarcado en amarillo fluorescente.

Examiné toda la hoja y repasé con rapidez cada uno de los sitios resaltados, que supuse eran los que deseaba visitar.

—Sí, el Café Tortoni; está a dos cuadras.

—¿Podemos ir?

—Claro.

Comenzamos la caminata, lado a lado. Él levantó la vista varias veces para observar las fachadas de los viejos edificios de Avenida de Mayo, luego volvía para fijarse en mí, lo que provocaba que yo quitara presuroso mis ojos de él al darme cuenta de que su cara volvía en mi dirección. Ambos estábamos intranquilos, cualquier transeúnte que hubiera querido prestarnos atención, lo hubiera notado.

—Se parece a la Gran Vía de Madrid —observó, señalando con el mentón la avenida.

—Se parece mucho. ¿Conoces Madrid?

—Es una de mis ciudades favoritas, he ido varias veces.

—Varias veces a Madrid y no conocías Buenos Aires —recriminé.

—No... —pareció avergonzarse.

—Estamos tan cerca y nunca habías venido, qué mal —bromeé, subrayando el reproche.

—Es verdad. ¿Tú conoces São Paulo?

—No, no conozco —me sonrojé.

Rio y movió su cabeza devolviéndome la desaprobación.

—Tienes razón, perdón. Pero sí conozco tu país, he visitado Río, Salvador de Bahía, Maceió.

—Está certo —dijo en portugués.

—Quiero aprender tu lengua —traté de congraciarme—, dicen que va a ser importante hablarla, por el tema del Mercosur.

—Sí, tal vez. Quién sabe... Entonces, conoces Madrid.

—Sí, viví un año allí.

—Qué lindo. Me encantaría vivir en esa ciudad también.

Llegamos hasta la puerta del café y nos encontramos con una fila de personas aguardando para entrar, formadas frente a sus puertas de madera y vidrio. Él intentó mirar hacia adentro a través de los cristales, pero las cortinas blancas que los cubrían se lo impidieron. Me consultó qué deseaba hacer.

—Si no te molesta el frío, podemos esperar —le dije.

—¿Quieres esperar? —se alegró—. Me gustaría mucho entrar, mi papá me recomendó bastante que viniese.

—¿Él ya lo conoce?

—Sí, viene muy seguido a Buenos Aires.

—¿Y es la primera vez que lo acompañas?

—Es que no vivo con él —respondió, y desvió la mirada hacia la calle.

Me di cuenta de que había tocado un tema sensible. Quién mejor que yo para saber que a veces hablar de la familia no es algo que uno tenga ganas de hacer. Menos aún ante un desconocido. Cambié de tema.

—¿Así que eres paulista?

—Soy —sonrió.

—¿Y odias tanto a Río de Janeiro como los cariocas dicen?

—No, me encanta Río. Las playas, el calçadão, los chicos...

—Sobre todo los chicos en sunga, supongo —volví a bromear.

Era un recurso que siempre me había funcionado y que utilizo hasta hoy para tratar de disimular los nervios. Hacer chistes y sonreír. Especialmente, sonreír. Una vez, una vieja actriz devenida en lectora de la fortuna en la borra del café que había ido a consultar, más entusiasmado en acercarme a su pasado de estrella que en averiguar sobre mi futuro, me había dicho, al ver mi primer book fotográfico, que debía sonreír más, que no debía dejar de hacerlo.

Te va a abrir puertas. Quizá no te hayas dado cuenta aún, pero cuando sonreís, un velo de magia se despliega a tu alrededor. Es imposible que la gente no caiga rendida ante vos. No te olvides, sonreí. Cuando te sientas inseguro, tu sonrisa será tu mejor carta de presentación. Se te ilumina el alma cuando lo hacés.

Nunca sabré cuánto de verdad y cuánto de teatro había en esas palabras, pero no las he olvidado y, desde entonces, la sonrisa ha sido mi refugio y mi escondite. Un refugio seguro para los dolores. Un escondite protector para que nadie pueda descubrirme, no realmente.

—Y tú, ¿cuántas veces has ido a Río? —preguntó.

—Solo una vez.

—De seguro te la has pasado bien.

—Sí, muy bien, pero no de la manera en que piensas. Fui con mi novio de ese momento.

—Oh. ¿Y dónde está ese novio ahora?

—Esperándome en casa.

De pronto, se puso serio y buscó dentro de mis pupilas, tratando de clarificar si había entendido bien.

—¡No, mentira! —comencé a reír—. Está en las Islas Canarias, se fue a vivir allí hace un año.

—Ah, me había asustado —dijo, llevando una mano a su pecho—. ¿Y por qué no fuiste con él?

—Porque ya llevábamos un tiempo separados.

—Entiendo.

Dibujó una sonrisa apretada, había notado la incomodidad y la melancolía que me habían embargado. Ese es un defecto que jamás conseguí modificar, no sé ocultar mis emociones. Es como si mis pensamientos buscaran escaparse de mí a través de mis ojos. Y esa historia a la que habíamos llegado era una herida todavía abierta que, a pesar del tiempo y la distancia, no había conseguido hacer que sanara. Aún peor en esos días, apenas regresado a la ciudad donde todo parecía reavivarse.

El frío porteño de finales de junio se hacía notar cada vez más a medida que la noche avanzaba, a pesar de los abrigos que llevábamos puestos. Volví a consultarle la hora; aún no daban las ocho.

—¿Se te hace tarde? —preguntó algo inseguro.

—No te preocupes, ya casi estamos por entrar.

Sonrió y llevó ambas manos a la cabeza,acomodando el gorro de lana. Me pregunté si era yo el único que utilizaba esegesto amigable como una distracción o camuflaje. Porque me resultaba obvio queen el transcurrir de los últimos diez minutos su inquietud había ido en aumento,poco a poco, con cada palabra que habíamos cruzado. Me lo demostraban susmovimientos, sutilmente más torpes. Y en su mirada, aquella osadía inicialhabía ido dando lugar a algo de ansiedad y desasosiego. Además, desde hacíarato su mirar se sostenía más tiempo en el mío y, a pesar de que le huía, habíalogrado ver un interrogante dibujado en el fondo de ese azul turquesa. Sus ojos,casi transparentes, estaban llenos de significados que yo desconocía. Habíaalgo en ellos que me interpelaba, me buscaba, me cuestionaba. Aún me resultabaimposible adivinar cuál era esa inquietud que lo embargaba; aunque de una cosa estabaseguro, no íbamos a tener tiempo suficiente para poder descubrirla.

LA ETERNIDAD DE UN AMOR EFÍMERO - Buenos AiresWhere stories live. Discover now