capítulo dos

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—¿Ayuda? —Preguntó la muchacha, desconcertada.

—Sí. Ayudarte a salir de aquí. Puedo llevarte a tu casa si quieres. —Dijo rápidamente. Su acento británico se deslizaba entre sus labios, clavándose cuando pronunciaba una T o una P.

—No... —Vaciló. Su mirada se entristeció al instante, aún tomándose el tiempo para procesar lo que va a decir. —No tengo donde ir. —Tenía miedo de volver a vivir en las calles en un estado deplorable.

El chico la miró incrédulo. ¿Qué importaba si no tenía donde ir, cuando podía escapar de una red de trata de blancas? —No creo que eso sea un problema. Mira, no sé qué hago aquí porque nunca he visto algo tan horrible como esto en mi vida.—Se encogió de hombros. —Pero si quieres escapar de aquí, deberías venir antes de que se den cuenta que no estás.

Atontada por los efectos de la droga y con sus últimas fuerzas, caminó apoyando las manos en el auto color crema perlado para sostenerse. La nube de estupidez en la que estaba inducida era intolerante sólo para ella misma. Tambaleándose y sintiendo la sensación de que un desmayo iba a ocurrir pronto, abrió la puerta de un torpe tirón y se deslizó dentro del sofisticado auto. Cuando su cuerpo casi deshecho tocó los asientos de cuero blanco, deseó desmayarse. Miró las farolas de luz cálida del macabro estacionamiento mientras pensaba su próxima jugada. No iba a confiar en el muchacho tan fácilmente, pero en ese momento no podía hacer nada. Su cuerpo no le respondía, igualmente cuando despertara podría defenderse adecuadamente.

—¿Te parece bien si vamos a mi casa? A menos que tengas algún conocido o familiar-

—No tengo a nadie. —Le cortó antes de cerrar los ojos. El muchacho volteó para ver la cara de la chica apoyada en el asiento. La sangre que brotaba del corte de su pómulo manchaba la tela, antes inmaculada. Volteó antes de hacer una mueca de sufrimiento. Salió del estacionamiento a una velocidad normal para que la escasa seguridad no aviste que era un rescate. Cuando el vehículo salió a la carretera, pisó el acelerador hasta el límite de velocidad permitido.

Volvió a voltear para preguntarle el nombre a la chica y donde vivía antes de terminar en un lugar como ese, pero al verla durmiendo tan profundamente decidió no insistir, porque tal vez era la primera vez que dormía tranquila. Aunque su rostro solo lucía como la tranquilidad antes de una gran tormenta.

Ella soñó con la primera vez que durmió en la calle. O en la que comió las sobras de un restaurante que los mozos desechaban. Antes se sentiría atrapada, en contra de su voluntad, furiosa.

Luego sintió Frío. Después Calor. Calor. Calor. Calor.

Abrió los ojos. Estaba sudando. Llena de ese calor abrasador se sacudió, generando más. No podía mover sus músculos, que estaban tensos y agarrotados por la droga. Estaba todo tan oscuro que no veía nada. Sintió el material de un colchón suave debajo suyo. Rastros de un mareo le vinieron a la cabeza. Náuseas apretaron su garganta. Se pellizcó el brazo lo suficientemente fuerte como para que después le salga un moretón, aliviándose de que no estuviera en un sueño. Dolorida, trató de rodar por la cama hasta que pudo apoyar el codo y rodar su cuerpo hasta un costado para incorporarse. Gimió de dolor cuando sus costillas aguantaron su peso.

Escrutó la habitación unos veinte minutos hasta que se abrió lo que ella suponía que era una puerta. De ahí entró el mismo chico que la sacó de allí, vestido con una remera negra de mangas largas, un pantalón de gimnasia y zapatillas de correr. Ella ni se inmutó, y observó las perfectas condiciones del techo, blanco con el ángulo del mismo color, debajo de la división estaba la pared, pulcramente pintada de un azul o verde oscuro. Sin una mancha de moho o ni siquiera una grieta en la que perderse. Totalmente liso y nuevo.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora