capítulo cuatro

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—Hace menos de media hora pedí la comida, eres definitivamente mejor que un restaurante. —Confesó mirando el plato con una cara de sorpresa. Limpió delicadamente una gota irregular en el borde del plato y lo puso correctamente en su sitio, también cambió de lugar el cuchillo y el tenedor, poniéndolos rectos.

Jules se encogió de hombros, sin saber que decir. Optó por comer. Recordando específicamente la misión que involucraba a la cocina. Estuvo preparándose para ella desde su cumpleaños número quince. Entrenaba todos los días. Hacía rápidamente los deberes del colegio y seguía entrenando. Desde que se levantaba hasta que se iba a la cama.

A los diecisiete estuvo casi lista. Meses y meses cortando verduras hasta que le salió tan fácil como respirar. Sabía que después de esa misión iba a poder emanciparse de sus padres completamente. Era la misión o su cabeza. Tenía que hacer todo lo que podía para poder cumplir. Encerrada por horas en un sótano con cajones de verduras, un cuchillo, una tabla y bolsas de azúcar. Estaba totalmente a oscuras cortando, a veces cortándose ella misma. Para ello le habían dado el azúcar. Tenía que aprender a curarse por las buenas y por las malas.

El día de la misión hizo todo perfectamente. Cortó tantas verduras para parecerse a los cocineros de aquel restaurante. Totalmente profesionales, aunque eran todos afiliados a una banda de torturadores. Si la atrapaban, quién sabía siquiera lo que le iban a hacer. Era cuestión de matar o morir. Si lo conseguía, iba a beneficiar a ella, su padre, y a la gran banda que iba deshacerse de él. Todos ganaban. Todavía se odiaba por haberle hecho caso al hombre que la crió en ambientes tan horribles.

Se movió tan rápido que nadie entendió sus pasos, excepto ella; había practicado los movimientos cientos y cientos de veces. Se cortó la luz y empezó a cortar cuellos en la pura oscuridad. Había estado días tirando cuchillos con los ojos vendados a una diana de madera, en este caso, cortando cuellos con un afilado cuchillo que parecía de cocina. Luego, cuando prendieron la luz notó lo que había hecho. Se largó rápidamente. Había aniquilado a seis personas en menos de diez minutos. Manchada de sangre de la cabeza hasta los pies, entró rápidamente en la camioneta negra y se perdió en la oscuridad.

Quiso llorar por días, pero no se lo permitió hasta que su padre estuvo muerto. Sintió la libertad que no había sentido en toda su vida. Llorar era lo único que había querido en todo ese tiempo. Igualmente la libertad no duró mucho, ya que la gran banda que mató a su padre le quitó todo: Su casa, su hermano pequeño, su madre y toda la familia que tenía. Lionel iba a ser abogado o médico. Ella lo había decidido desde que se ofreció ser la matona de su progenitor. Quería un futuro diferente para su hermano, a cambio de entregar su alma a la locura. Y lo último que quería era vivir en estos momentos.

Dolor pinchó su cabeza. Le dolía tanto recordar a Lionel. Sintió el enchastre de las lágrimas que había en su cara. Su vista estaba totalmente nublada.

—¿Jules? —Miró a la chica masajeándose las sienes.

—Estoy bien. No digas nada, me voy a acostar. —Dijo sacando una píldora de las que le recetó la psiquiatra. Se la tragó sin agua y casi se cae antes de llegar a la cama. Sentía que su cabeza se despedazaba. Comprimió con mas fuerza los costados de su cabeza. Odiaba estas migrañas. Apretó su cabeza lagrimeando por largos minutos hasta que paró completamente. Eran como las doce y media de la noche. Se levantó para tomar un té, secando y guardando los platos apoyados en el armatoste de madera hasta que se caliente el agua en la pava eléctrica.

Estaba oscuro. No le importaba si Sean estaba durmiendo o despierto. Era la parte que más le gustaba de la noche, la plena oscuridad sin nadie excepto ella. Desde adolescente deambulaba por los pasillos a altas horas de la noche. Solo para sentir la misma tranquilidad que la de un fantasma.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora