capítulo tres

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Salió del baño vestida. Ni siquiera se miró al espejo, llevaba puesto un pantalón recto que le ajustaba a medias y una remera manga larga, con un sobrante de tela en las muñecas. Estaba hecha a medida, pero no a la suya. Pies desnudos. Su cabello estaba húmedo, chorreando un poco de agua. El efecto de la droga ya había pasado. Realmente había necesitado vomitar. Escuchó voces y deseó haberlas imaginado. Tal vez la venían a buscar los de la subasta. Se sentía como esos niños huérfanos que nunca quieren, volviendo al orfanato. Igualmente no le afectó, le pareció totalmente normal que Sean decidiera devolverla a cambio de dinero. Era demasiado problemática.

Caminando por el pasillo no identificó la voz de Lee. Tal vez no era él. Oyó la voz de una mujer. No tenía idea de quien era. Cuando escuchó la desconocida voz de un hombre se alarmó. Tomó una respiración profunda y se preparó mentalmente por si tenía que atacar. Escondida detrás de la pared que dividía el living-comedor del pasillo escuchó atentamente y comenzó a maquinar un plan. Ya sea para escapar, herir e incluso matar. Aunque no creía que esa fuera la gravedad del asunto. Por lo menos estaba vestida, la única desventaja era que estaba descalza..

Sean entró al pasillo, sorprendiéndose un poco al verla pegada a la pared en silencio. 

—¿Terminaste? —Preguntó aún preocupado. —Necesito que vengas a la sala por unos minutos.

—¿Quiénes son? —Desconfió.

—Médicos. —Se sintió aliviada, pero igualmente estaba un poco tensa. —Vinieron a revisarte, no te asustes.

Asintió con una respiración profunda. Se acordó de los doctores que trabajaban para su padre, midiendo su masa muscular y haciendo pruebas de sangre para que esté fuerte. Inyectando vitaminas, usualmente calcio, potasio y magnesio. La hacían beberlo también. Todos los días. Cada doce horas. Sin falta.

Ignoró el pensamiento y recibió al doctor y la psicóloga. Dos personas jóvenes. Probablemente amigos de Sean. Ellos la saludaron, a lo que respondió bajando la barbilla, como asintiendo. 

—Hola, Jules. Soy médico de nutrición, amigo de Sean y vengo a examinarte, ¿Te parece bien? Voy a hacer unos análisis de sangre y anímicos, chequeo rutinario.— Ella asintió y fue a sentarse a la cocina. El doctor sacó una jeringa y una tira de goma. Levantó su manga izquierda y observó un brazo con una cicatriz vieja de por lo menos quince centímetros. Ni siquiera se atrevió a preguntar, ya que supuso que era una persona de pocas palabras. Ató el brazo con la goma, encontró y limpió con alcohol donde debería pinchar. La jeringa atravesó su piel hasta llegar a la vena y succionó su sangre caliente. Ella miró el proceso fijamente sin ningún tipo de repulsión.

—Muy bien. —Dijo un poco incómodo, pasando la sangre al tubo de ensayo. —Ahora preciso que te quedes en ropa interior para ver en qué estado anímico estás.

Jules miró a Sean por un momento, y a la psicóloga por otro. Dudando. No se permitía dudar. Aguantando la respiración, se despojó del sweater negro y el pantalón de tela; quedando en una lencería de encaje negra, totalmente estúpida, que le habían dado las de vestuario en la subasta. Se vieron sus moretones, marcas y cicatrices, se mantuvo firme. No tembló ni trastabilló. La psicóloga ahogó un grito, sorprendida. Hasta Sean había palidecido.

El médico miró la expresión de la psicóloga, y a pesar de la impresión que causa ver un cuerpo tan machucado y lastimado, buscó la cinta de plástico para medir el ancho de sus brazos, piernas, rodillas y abdomen. Sus costillas se mostraban de una forma casi grotesca con hematomas del tamaño de un puño por doquier. Quemaduras de cigarrillos y pellizcos también decoraban su palidez. El doctor buscó una balanza que colocó en el suelo y la pesó. Anotó el bajo número en una libreta y aclaró su garganta en medio del tenso e incómodo silencio, todos observando las grandes marcas moradas, casi negras.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora