capítulo nueve

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Fue sacudida despacio, por una mano de tamaño relativamente normal. Cuando abrió los ojos vio la mirada dulce y cariñosa de la enfermera. Por primera vez en mucho tiempo, había despertado sin gritar, sudar, sin efectos residuales de drogas u horribles recuerdos y escenas. Estaba un poco más aliviada de estar en el hospital.

—Niña, despierta que debes comer un almuerzo por lo menos. —Se incorporó rápidamente y con desconfianza, apoyó su espalda en la almohada con ayuda de la enfermera. Ella acercó una mesilla flotando sobre sus piernas juntas. Había un plato de plástico con una pechuga de pollo y puré de calabaza, mas una botella de agua y muchas servilletas. Abajo del plato estaban los cubiertos plásticos. Sean no se hallaba ahí. La enfermera se dio cuenta, ya que miraba para todos lados.

—Oh, linda. Mandé a tu amigo a su casa a buscarte ropa para mañana. La necesitarás porque te darán el alta. —La chica asintió, convencida pero con una ligera ansiedad. La única persona que más o menos conocía no estaba allí. Le dio un poco de paranoia. Lo único que tenía era un cuchillo de plástico. Si debía defenderse de alguien, tenía que atacar el cuello. Memorizó dónde estaba cada arteria en el cuello, solo por las dudas.

Comió despacio y con desconfianza. Como si fuera un perro al que estuvieran envenenado con pedazos de carne. Al cabo de unos veinte minutos, Sean llegó con una mochila negra y se tranquilizó solo un poco. La paranoia había impedido de que se relajase, como si todo fuera demasiado bueno para ser verdad. Se sentía más precavida que atemorizada.

—¿Cómo te sientes? —Preguntó con voz tranquila, aunque cansada.

—No me despertaste. Lo prometiste. —Trató de no parecer afectada, pero ya le daba un poco igual a esas alturas.

—No, pero le dije a la enfermera que lo haga, y además estaba saliendo de la habitación justo cuando te estaba despertando. —Compensó.

Gimió un ajá despreocupado. Ya empezó a sentirse apática. Comió despreocupadamente, seguía con hambre para cuando dejó el plato limpio. No podía culpar al hospital. Lamió el cuchillo de plástico con restos de puré.

—¿Sigues con hambre? —Preguntó Sean. No se dió cuenta de que la estaba mirando. Asintió. —Lo supuse. —Dijo antes de arrojar dos manzanas, que cayeron al lado de su regazo. Las comió sin pelar, un poco más contenta de tener más comida. Dejó los corazones sobre una servilleta.

—¿Cuándo nos vamos? —Preguntó desinteresada. Las palabras casi hacen que el pulso de Sean lata un poquito más fuerte.

—Depende cómo te sientas. ¿Quieres hablar de algo?

—No. Tú quieres que hable. Haz tú las preguntas. —Dijo para defender el hecho de que no sabía sobre qué hablar.

—Bien. No sabía que ibas a querer responder. —Comenzó a sentir nerviosismo. Pensó en una pregunta rápida. —¿Tienes algún hermano?

—Tenía. Uno solo, murió en... —Cambió de opinión, no sentía la necesidad de revelar cómo. —Murió.

—¿Qué edad tenía? Ya sabes, cuando... falleció. —No quería indagar tanto porque tal vez le dolería hablar de él, pero la curiosidad lo absorbía como un hoyo negro.

—T-tenía veintiún años. Estaba en tercer año de la universidad. Si no hubiera sido por... por mí culpa, no hubiera m-muerto. —Trastabilló las palabras con sinceridad. Un nudo empezaba a escalar por su garganta, haciéndole doler.

—¿Te llevabas bien con él? —Preguntó curioso.

—Oh, no. Era mi mayor enemigo y amigo a la vez. Nos queríamos al igual que nos odiábamos. Vivíamos peleando y al rato estábamos riendo. Era lo mejor que tenía. Él era lo mejor de mí. —Recordó. Una lágrima de pura amargura caía por su ojo derecho. Eso solo había sido en la infancia.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora