capítulo doce

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Las emociones se sentían nebulosas bajo las capas de piel y tela, acabando en una gruesa capa doble de la gabardina más cara del mercado. Se removió un poco dentro de su ropa. La incomodidad la picaba tanto que quería arrancarse la piel. Se sentía como si no estuviera en su cuerpo.

Luego miró donde estaban sus pies. Unas baldosas relucientes a causa de la pulcritud con la que habían sido limpiadas. Una alfombra bordó con detalles dorados en los extremos a través de unas puertas exageradamente altas de cristal la esperaba. Sentía que el mero material amenazaba con tragarla. Tragó saliva.

—¿Entramos? —Preguntó Sean. El viaje lo había puesto en una posición ausente, sin saber si decirle algo a la chica que tenía tomada del brazo o callar incómodamente. Ni siquiera sabía que su acompañante no le estaba prestando ni la más mínima atención. Se olvidó hasta de ella misma por un momento.

Lo miró a los ojos, con los labios quietos, sin siquiera hacer una mueca. Sus ojos lucían preocupados y brillantes, como si no lo hubiera escuchado y se sintiera culpable por eso. Al cabo de unos segundos se colocó en sí misma.

—Si, si. —Dijo aún quieta. Sean dio un paso para abrirle la puerta. La elegante alfombra le sonreía invitándole a poner un pie encima. Se obligó a caminar rápidamente y plantarle una pisada firme al suave material bajo sus zapatillas, casi dejando atrás al hombre trajeado que tenía enganchado del brazo. Volvió a parar en seco, Sean frunció el ceño ya un poco impaciente.

—¿Qué pasa? —Preguntó poniéndose enfrente de ella.

—Hay demasiada gente. —Dijo presa de la ansiedad. Estando en la oficina, con poca gente deambulando por el pasillo no le parecía tan atemorizante. Una fibra sensible estaba siendo pellizcada con el más intenso miedo. —D-demasiada, Sean. —Su cuerpo se puso rígido, sus brazos apretados, sus codos se clavaban a los costados de su cuerpo a tal punto que le dolía.

Había un gran tumulto de más de cien personas empujándose, demasiado juntas. Con tan solo pensar en meterse ahí le hubiera gustado tener algo para defenderse.

—Jules. Mírame a mí. Olvídate de eso tan solo un segundo, ¿Si? —Dijo tomando sus brazos con cuidado. —No hace falta que nos metamos allí, no tienes que siquiera acercarte si no quieres. —Dijo haciéndola girar hasta que sus ojos volvieran a ver la puerta moderna, que mostraba la calle. —Cálmate. Respira lentamente. —Suspiró. —No sabía que te causaba ansiedad la gente tan junta.

—N-No siempre. —Dijo tartamudeando nerviosa.

—Okay. Esto es lo que vamos a hacer. Sigue parada donde estás. Yo entraré para que busquen la reservación. Vuelvo en tan solo un minuto. Ni te atrevas a meterte ahí. Por favor, de veras no lo hagas. —La chica jadeó un "Si" y se quedó mirando a la gente pasar por casi seis minutos, hasta que la voz masculina y clara de Sean alcanzó su oído. Volteó para verlo con un par de cabellos fuera de lugar y el traje desacomodado. Ella aplanó el traje con cuidado, distraída. Sean se le quedó mirando, casi embobado.

—Ya está. Ahora subimos al ascensor y listo. —Dijo calmado. Jules miró con terror el otro tumulto de gente apretada esperando para subir, pero frunció el ceño cuando se alejaron hasta un ascensor menos formal. Sean le alcanzó un billete de veinte dólares al señor al lado del ascensor de carga.

Entraron y oprimieron el último botón. Las puertas crujieron con un sacudón, cerrándose. Un pequeño pánico de que el ascensor se pare de la nada la mantuvo intranquila. Al final, las puertas crujieron otra vez para abrirse. Todavía no le había pasado nada. Pura suerte, según ella. Suspiró cuando vio unas mesas alejadas en la terraza, que parecía un gran medio círculo de vidrio y metal. Habían un par de personas, ricachonas, por supuesto, con sus esposas o amantes, incluso dos empresarios celebrando un posible ascenso a más éxito del que ya tenían.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora