capítulo ocho

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En algún momento del sueño, estaba siendo arrastrada al fuego, tal vez a un volcán, o un horno. Su cabeza empezaba a palpitar. Se estaba muriendo quemada. Su mente estaba en blanco, las lágrimas comenzaron a salir, y podría jurar que al final de tanto fuego vió la cara sonriente de su padre. Sus nudillos cubiertos de anillos, tatuajes en el cuello. Muerte y sangre protagonizaban una de sus peores pesadillas.

Se despertó gritando, los ojos empapados de lágrimas, la cara hinchada. Pequeños sollozos salían de su boca. No se reconocía, tenía miedo. Muchísimo. No podía dejar de pensar en lo que había vivido alguna vez. El terror la abrazaba, no la dejaba respirar y su corazón palpitaba muy rápido.

Pudo sentir que estaba ardiendo. Su cabeza expulsaba grandes corrientes de dolor por todo su cuerpo. No podía hacer más que agazaparse en la esquina de la habitación.

Escuchó un grito. Estaba demasiado desorientada en la nube negra que había en su mente. Demasiado enfocada en el dolor. Un punto en su hombro la quemaba, haciendo que se retorciera en su propia agonía.

—¡Jules! —Gritó por segunda vez Sean, no quería perder las esperanzas. —¡Dime algo! ¿Qué pasa? —Histeriqueó acercándose a ella. Se arrodilló. La tomó de los brazos, tratando de levantarla. La apoyó en la pared, todavía en el piso.

—M-mi cabeza duele. S-siento que voy a m-morir. —Exhaló temblorosa. Por lo menos había reunido su concentración para contestarle. Balbuceó algo de su padre con la voz pastosa. —Me va a matar, vino a b-buscar... buscarme otra vez.

—Escucha, Jules. Nadie te va a matar. Estás... teniendo un ataque de pánico, tienes que... —Dijo nervioso, tratando de pensar en algo. Debía distraerse con algo, no sabía qué. Respirar con calma y no pensar en eso para sacarla de ese agujero. Tocó su frente. Estaba ardiendo, tenía alta temperatura. No había tiempo para buscar un termómetro. —Debes dejar de pensar en tu padre, tienes que respirar y calmarte, ¿Okey?

—N-no puedo, me v-va a apuñalar, tengo mucho miedo y no tengo nada p-para defender a Lionel o a mamá. —Balbuceó. Respiraba forzosamente. Sentía la angustia, su garganta cerrándose. La iban a asfixiar.

—Jules, mírame bien. —La tomó de los hombros con cuidado. El hombro ya no quemaba, su cabeza sí. Miró la mano fría en su hombro ardiente. No ardía. Su mente la engañaba. Aún no podía respirar. Desesperada miró a sus ojos. Lucía seguro ante la escasa luz de la luna que se filtraba por la ventana. Sus ojos verdes estaban fijos en ella.

Cuidadosamente, sin perder el contacto visual, tomó su barbilla y plantó un pequeño beso en su mejilla derecha. Un contacto casi nulo. La chica se colocó en la confusión que no solo el beso, sino que su cercanía le había provocado hasta que se calmó, respirando ya con menos dificultad. Involuntariamente sintió el suave perfume con olor a algodón del jabón que Sean usaba. Él olía a tranquilidad y apacibilidad sin dejar de parecerle masculino. Era tan íntimo que pensó que la respiración se le iba a ir otra vez.

—Lo siento. No debería haberlo hecho. —Murmuró antes de separarse lenta y cuidadosamente para darle espacio. Aunque besarla no fue con esa intención, se decepcionó un poco de sí mismo. "Hay más formas de distraer a una persona en un ataque de pánico" se reprendió. Aunque se sentía bien estar cerca de ella, como si estuviera magnetizado a ella. Se puso de pie un poco avergonzado para buscar un termómetro que después colocó debajo de su brazo cuidadosamente. Jules estaba en otro lado, quieta como una escultura. Tratando de calmarse, según Sean; cuando en realidad estaba tratando de controlar las pulsaciones violentas que él había causado. El ataque de pánico había muerto, aunque el peso de sus problemas sobre su alma volvía a aparecer. Se sentía raro, porque gracias a Sean su dolor más profundo había desaparecido por solo un momento.

break out © [español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora