• Caicedo Estela

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No es el que tiene un trono en su cabeza y en su corazón el mismo que vibra y se mueve fugaz y bruscamente entre sus piernas. Otro es el que la explora desde allí, ella lo sabe desde un inicio y lo sabe cuando termina. El cuerpo de aquel desconocido hierve sobre su pecho en el intento de recuperar el aliento y una vez lo hace cae a su lado sobre la cama. Ella continúa mirando al techo, siente que la piel descubierta de aquel chico arde mientras que la suya es hielo, y corta y atraviesa. Poco a poco él encuentra paz y respira con normalidad haciéndole saber que es momento de partir. Ella se sienta en la cama mientras el joven se abre camino entre el sueño. Se viste rápidamente y en silencio se marcha.

Siente que desciende hacia el mismo infierno pero en realidad esta simplemente baja las escaleras. Cali se mueve entre la gente que aún permanece en la primera planta, atraviesa sus cuerpos danzantes y vivaces entre botellas y ropa interior. Abre finalmente la puerta y deja tras ella aquella nube negra de bullicio y perdición.

Avanza por los pasillos de la residencia con el maquillaje corrido, el cuerpo húmedo y la ropa superficialmente puesta. De momento siente que la carga de su maldición le frena el paso, que el peso de sus joyas la atornilla al suelo, siente que no puede avanzar más y se detiene. Se deja caer sobre aquella puerta fría y se tumba en el suelo abrazando sus piernas. Su cuerpo aún late al mismo ritmo que su anterior compañero y su boca carga su sabor a cigarrillos, pero es su corazón el que parece comunicarse con otro que no es el de quién ahora, después de conocer sus adentros, duerme plácidamente en un segundo piso.

Cali suelta un suspiro bajo aquel abrigo de piel que en su otra vida hubiese sido inaceptable e inaccesible mientras piensa en cómo este suele ser el momento en que ese chico aparece para dañar todo su progreso. Sólo basta pensarlo para que aquella puerta que le sostiene la espalda sea abierta inadvertidamente y ella caiga ridículamente hacia atrás. Cali, que ahora yace tendida dentro de un apartamento distinto, no tarda en divisar los desgastados zapatos de quién segundos atrás había abierto la puerta. Levanta la mirada solo para verlo a él con una expresión sorprendida y confusa. Aitor no tarda en verla y de inmediato suelta la manija de la puerta y se agacha frente a ella. 

—¿Qué haces tú aquí? —pregunta sorprendido. Cali suelta un bufido y se acomoda en el suelo. Se arrastra por el piso hasta encontrar la pared más cercana dentro de aquel apartamento y allí, ya lejos de él, se acurruca. Aitor la observa extrañado y en silencio cierra la puerta. Ve como esta evita su mirada y cuidadosamente vuelve a acercarse. Una vez frente a ella vuelve arrodillarse frente a su cuerpo y busca sus ojos. Lentamente deja las manos sobre su rostro y empieza a desviar los mechones rebeldes de cabello y a limpiar el exceso de maquillaje de ella. Al ver su piel a la luz suelta un suspiro y pasa a dejar sus manos sobre sus hombros—. Sí eres tú —dice por lo bajo haciendo que Cali, por fin, lo observe—. Soñé contigo, con esto, pero me creí demente.
—¿Por qué el demente serías tú? —pregunta ella después de unos segundos de silencio provocando en Aitor una sonrisa de extrañeza.
—No es muy común soñar con desconocidos, pero aún así terminé soñándote una y otra vez, de diferentes formas, a diferentes horas y lugares, con diferente ropa y aspecto, pero eras siempre tú.
—No eran sueños.

Aitor arruga el rostro confundido y deja de jugar con su cabello.
—¿Ah no?
—Son tus otras vidas, o bueno... las mías.
—¿Por qué estoy en todas tus vidas?
—Eso te pregunto yo a ti, ¿no te cansas?
—No sabía que era mi decisión.
—¿De quién más sería?
—Pues... son tus vidas no mías. Tú debes encontrar cómo evitarme.
—Eso hago, Aitor.
—¿Y te funciona? —Cali aprieta los dientes y le arroja una mirada de desesperación.
—¿Tú qué crees? —Este vuelve a sonreír.
—Que no mucho. —Ahora es ella la que sonríe aunque falsamente.
—Eres molesto —responde Cali antes de romperse a llorar entre el escandaloso abrigo y las exorbitantes joyas—. No importa lo que haga siempre apareces cuando intento olvidarte, cuando logro evitarte, cuando otro llega a remplazarte —exclama entre sollozos antes de cubrir su rostro entre sus manos.
—Ah, bueno... —responde él dudoso—. Supongo que el destino es insistente si lo intentan evitar.

Descubre su cara para refutar su comentario pero una vez lo hace sólo se encuentra a sí misma poco cubierta ante la calle y la fría noche. Ahora está en el exterior, ahora su piel yace seca y tiesa, su cuerpo rodeado de harapos y sus píes descalzos. El ciclo se reinicia y ella, sabiéndolo, avanza sin reclamar nada.

Sale de aquel callejón y camina entre las calles escuchando la escandalosa fiesta que tiene curso en uno de los apartamentos aledaños. Se mueve entre el asfalto y observa todo a su alrededor. No tarda en ver a Aitor, del otro lado de la calle caminando tranquilamente junto a ella, unidos por un hilo invisible pero resistente. Caminarían juntos solo por esa noche, pero se conocen y saben que sus noches son largas.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora