• Kaur

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Es el amor con nombre propio lo que lo convierte en una entidad inevitablemente inmortal, suprema y sagrada. De alguna manera lo hace perpetuo, infinito, su naturaleza mortal y perecedera es limitada, se transforma en todo, es ubicuo, múltiple, se expande, se propaga, se acrecenta, evoluciona, se despliega en diferentes versiones de sí mismo, se amplifica en materia, en volumen, es inmenso, la supera en número. Es aquel sentimiento en el pecho de alguien más que lo hace invencible, terriblemente inevitablemente.

Aitor existe, hace lo que mejor sabe hacer, aparece aquí y allá, no deja un lugar sin invadir, ningún espacio sin llenar. Aitor es una aparición. Cleo es una ráfaga. No está hecha para correr pero aprendió a dominar el movimiento ante la asfixiante necesidad de huir. Corre de aquí a allá, de lado a lado, de un extremo a otro, recorre sin parar el campo abierto, un lugar desconocido, también eterno, al que no sabe cómo llegó y del que no halla salida.

Sin importar el rumbo que toma se topa con él. Corre esperanzada de haber tomado por fin el camino correcto hasta que Aitor aparece en el horizonte, glorioso, enorme, exorbitante, la obliga a parar. Ve a Aitor mofarse y le da la espalda. Corre en otra dirección, vuelve a chocar con él y de nuevo se desvía, hace lo mismo una y otra vez.

Se le acaban las direcciones. Ya está rodeada, sin darse cuenta él ya está en todas partes, acorralándola en aquel campo de trigales. Se rinde después de una eternidad de prisas. Se derrumba. Cae entre las ramas ásperas del terreno amarillento. Pierde el aliento. Entre la desesperación y la derrota deja caer su mirada, no tarda en ver entre la tierra un palillo de fósforo. Se sabe volátil, inflamable, efímera, al igual que los brotes de trigo. No lo piensa mucho pues la idea de inmolarse a sí misma antes de verlo una vez más es admisible. Se las arregla para encender el fósforo y dejarlo sobre las ramas. Poco a poco se avivó la hoguera. La rodearon las mismas llamas que se expandieron y consumieron el prado, incinerando por completo todos los tallos y poco a poco su cuerpo, su piel y huesos. Aitor la vió arder.

Fue una mujer. Fue una fuerte brasa y luego nada. Un puñado de cenizas en la tierra baldía. Tomó su vida. La destripó con los dedos, la marchitó por completo. Ella lo transformó de común en extraordinario. Él la trasformó de cascada de agua a un bosque en llamas.

Microcosmos; ftsWhere stories live. Discover now