• Brontë. E

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Sin saberlo, es un espíritu de abandono el que lo ronda insistentemente como una sombra pero visible y eterna. Un espíritu vacío, sin cuerpo, sin vitalidad, sin presencia, sin materializarse ni manifestarse para otros ojos diferentes a los suyos.

La ve. Conoce su nombre pues recuerda haberlo escuchado en bocas ajenas que le permitieron darle identidad a la chiquilla nerviosa que aún sin profesarle su amor no hacía más que sentirlo. La ve ininterrumpidamente en cada lugar y espacio en donde pega el sol y corre el viento.

Aitor la ve entre los callejones que dan a sus casas vecinas, entre los huecos vacíos del aglomerado transporte, entre los caminos que transita impuntual y apresuradamente, entre los asientos vacíos de su clase y tras las cristalinas puertas de sus salones. Kifo aparece inmóvil, con un atuendo oscuro y descuidado, con el trenzado cabello sobre el rostro, con la piel morena rígida y seca y los ojos más apagados de lo normal. Si no la hubiese visto tantas veces evitándolo por los pasillos diría que no es otra cosa más que un espectro de ultratumba o un alma en pena que deambula por los confines de la tierra. Pero allí la ve, cada que su mirada se desvía del horizonte, hacia los caminos que ni por error transita, ella está.

Una vez su cuerpo retorna a los pasillos de aquella escuela que contiene los relatos más tristes de sus corazones joviales de nuevo la ve. Aitor queda pasmado y quieto en aquel pasillo solitario y poco iluminado cuando cae la noche. Una brisa fría, casi mortal, lo embiste inadvertido y le hace detener su paso. No la ve pero la siente. Siente su presencia gélida tras su espalda en aquella penumbra y sin dudar da la vuelta. No la detalla mucho tiempo antes de acortar la distancia y avanzar. Allí está Kifo, de pie tras su espalda manifestándose en una imagen intermitente y traslúcida. Aitor se arroja hacia ella y atrapándola en sus brazos deja sus labios sobre los suyos. Siente una leve presión entre sus bocas carente de calidez y luego nada. Vacío, humo, hielo. A la muerte le ha besado los labios sin saberlo ni imaginarlo.

Cuando abre los ojos esperando verla ya lo rodea la total oscuridad y el olor a tierra húmeda se hace presente rápidamente junto con las brisas del descenso. Busca a Kifo entre la penumbra y cuando por fin se convence de que esta se ha esfumado logra ver lo que tiene frente a él. No tarda en agacharse para detallar a profundidad la lápida abandonada que yace allí. Lee el nombre de Kifo tallado en el mármol junto a dos fechas tan cercanas como una sola. Sus ojos se clavan en aquellos números infernales y el 2018 se ilumina casi misteriosamente solo para revelarle la fecha de su muerte.

La respiración se le corta de inmediato y su cuerpo sale disparado lejos de aquella tumba. Entre lágrimas y un miedo palpitante corre en busca de la salida de aquel cementerio infernal en el que yace su amada. Una vez tiene conocimiento de su verdadero estado es arrojado nuevamente en aquel pasillo no transitado. Aquella sombra no resultó ser más que aquel espectro de ultratumba, alma en pena y espíritu perseguidor con el que la había comparado. No sabía si Kifo había muerto o la habían asesinado pero sabía que de cualquier manera lo seguiría.

De nuevo sintió tras él el frío toque de su presencia pero sin volver a ella y con la mismísima muerte puesta en el hombro avanzó hacia el horizonte, el único lugar en el que no puede verla. Sigue recorriendo el mundo en donde no es capaz de encontrarla convencido de que su adorada muerta adoptaría cualquier forma solo para volverlo loco.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora