Rosas blancas

4 1 0
                                    

Era 10 de febrero

К сожалению, это изображение не соответствует нашим правилам. Чтобы продолжить публикацию, пожалуйста, удалите изображение или загрузите другое.

Era 10 de febrero

Dalcira golpeaba el bolígrafo que tenía en su mano derecha, sobre la agenda que reposaba sobre el escritorio. Observaba el calendario, sus piernas temblaban.

Los últimos meses, cada catorce, había estado recibiendo una caja con rosas blancas. El primer mes fue una; el segundo, dos. Y así de manera sucesiva.

Era siempre la misma rutina. Una caja roja decorada con un lazo dorado y dentro ese detalle.

Tres días antes de recibir las flores, aparecía en su lugar de trabajo una tarjeta impresa que decía:

"No estoy enamorado de ti, soy enamorado. Porque estarlo significa que algún día eso puede cambiar; mientras que serlo, significa que lo seré siempre. Firma: T."

Esas líneas provocaban en Dalcira una nebulosa, sentía que flotaba, que se elevaba quince centímetros del suelo. ¿Quién rayos era T?, ¿por qué le enviaba esos detalle?, ¿y la tarjeta por qué llegaba unos días antes de las rosas y no junto con ellas?

Más allá de las dudas, de la intriga que despertaba en ella, una parte también lo agradecía. Y es que esa mujer de cincuenta y dos años, con un marido y una linda familia, no estaba para ponerse a jugar a la adolescente enamorada. Porque así se sentía: enamorada.

Amaba a un hombre sin rostro, sin nombre, sin mirada. Amaba el gesto permanente de la presencia a través de algo tan sencillo como elaborado. La magia de permanecer en el anonimato, y aun así, robar latidos de su corazón.

El teléfono sonó de repente, haciendo que diera un brinco en su silla. No era más que su secretaria para darle aviso de que la esperaban para una junta.

Trabajó el resto de la tarde lo más serena que pudo, aunque algo ansiosa.

Entrado la noche llegó a su casa, donde su esposo Ángel ya la esperaba.

―¡Buenas noches! ―exclamó al entrar, y tiró su bolso sobre el sofá

―Buenas noches, tesoro ―respondió Ángel desde la cocina―. Estoy preparando pizza casera. Me llamó Federica y dijo que viene con Julián a cenar.

Federica era la hija del medio de ese matrimonio, tenía veinticinco años, era fotógrafa y desde hacía dos años convivía con Julián, profesor de matemáticas y tres años mayor que ella.

El hijo mayor vivía en Nueva York y el más pequeño con ellos, ya que solo tenía trece años. Su llegada había sido toda una sorpresa.

Sin mucho ánimo, Dalcira asintió, yendo a su habitación para darse una ducha y quitarse la ropa del día.

Lucas ―el menor de la familia―, estaba de vacaciones en casa de sus abuelos paternos, por lo que serían solo ellos cuatro.

La cena transcurrió tranquila, entre una charla y un rico vino acompañando el menú. Pero más allá de la distracción y el disfrute de pasar tiempo con su hija, Dalcira tenía parte de su cabeza en la tarjeta que recibiría al día siguiente.

Cupido me ha dado fuerte ©Место, где живут истории. Откройте их для себя