Siempre en San Valetín

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No podía respirar

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No podía respirar...

Lo había terminado.

Había terminado con mi prometido a dos semanas para la boda. Los preparativos que se suponían debían ser los momentos más ansiados e inolvidables se convirtieron en stress, ansiedad, desacuerdos y peleas.

Dylan y yo teníamos toda la vida como novios, según nuestras familias y amigos, y sí, tenían toda la razón. Él y yo teníamos diez años de novios. Lo conocí durante el mes de febrero, luego nos hicimos novios por esas mismas fechas, todo ocurrió siempre en San Valentín, razón por la cual, la fecha de nuestra boda sería precisamente el día de los enamorados.

Todos siempre apostaron a que terminaríamos casándonos...

Pero allí estaba yo, sobre mi cama, echa un manojo de nervios, llanto imparable y sorbiendo mocos asquerosamente.

Mi prima y mejor amiga Dayana, me observaban sin dar crédito a mi decisión. De la noche a la mañana, la felicidad, mi felicidad, se había convertido en tristeza, dolorosa e hiriente tristeza. Me encontraba agotada, no podía con tanto agobio, por eso tomé la precipitada resolución de terminar con mi prometido. ¡Porque rayos! Si no podía controlar unos simples preparativos para una boda, ¿cómo iba a lidiar con un esposo, hogar e hijos? Y no, no podía hacerle eso a él. Porque él se merecía una mujer con temple.

Dayana permanecía impávida y silenciosa, sentada a un lado de mí, solo acariciando mi pelo. Mientras ella hacía esto dejé a mi mente volar a la época que conocí a mi amor.

Dylan era el niño más feo que había visto en mi corta vida. Lo juro. Cuando entró al salón de clases, seguido por sus padres, llamó la atención de todos. Obvio, era el nuevo. Recuerdo que yo cursaba el quinto grado y en ese entonces contaba con diez años.

―Atención, niños ―llamó la maestra con una sonrisa en su rostro―, él es Dylan Wilson, y a partir de hoy nos va acompañar. ―El aludido se notaba tenso y tímido. La maestra le pidió presentarse por sí mismo, pero negó con la cabeza. Sus padres lo abrazaron sin más y se despidieron de él. El niño no miraba a nadie en particular, su mirada se encontraba fija en algún punto del salón―. Puedes sentarte al lado de Patricia, Dylan.

¿Qué? Protestó mi mente.

Sin embargo no me negué, era la maestra dando una orden. El niño observó el dedo que apuntaba firmemente hacia mí, señalándole su lugar.

―Patricia, cariño, por favor préstale a Dylan el libro de prácticas de matemáticas para que copie los ejercicios que deben realizar hoy.

―Sí, maestra. ―Asentí.

Aquel niño hizo su camino y se ubicó silenciosamente a mi lado. Le ofrecí el libro sin siquiera mirarlo.

―Gracias ―respondió dulcemente, cauteloso.

Cupido me ha dado fuerte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora