Serendipia

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"Todo una vez solamente acontece 

y una vez sí deberá suceder. 

Lejos, allí donde el campo florece,

debo morir y desaparecer..."

- Michael Ende- 

Tenía una calma triste, desastrada, con los ojos fijos en el libro de sus manos y la mente fija en sus penas impidiéndole leer, siendo la única línea releída su propia angustia duplicada

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Tenía una calma triste, desastrada, con los ojos fijos en el libro de sus manos y la mente fija en sus penas impidiéndole leer, siendo la única línea releída su propia angustia duplicada. Luchaba contra esa incertidumbre opresiva queriendo dominarlo. Su mirada cerúlea, normalmente intensa y expresiva; no reflejaban rastro de vitalidad, solo una turbia resignación mezclada en amargura, tras haberse deshidratado a pura lágrima la noche previa. De vez en cuando, hacia acopio de toda su voluntad, sacudía la cabeza y se enderezaba en su asiento tratando de reanudar su lectura a hoja abierta, pero pronto se ensimismaba otra vez, mirando solo ante sí, un cúmulo de letras ilegibles; hundiéndose, lento y seguro, al recóndito abismo rocoso llamado consciencia. Y después de estar así quién sabe cuanto tiempo, sin poder pasar del primer párrafo, cerró el encuadernado fuertemente en un seco sonido, dejándolo sobre sus piernas en señal de rendición. 

Entonces, hacia la ventana, viró Kuroko, observando el mosaico afuera del cristal. Un perpetuo manto azul escarlata se difuminaba a la lejanía, vientos orientales halaban nubes moteadas que desfilaban lentas al horizonte, ocultando, a veces, la gran esfera solar; cuya luminiscencia perdía fuerza transformando su luz en crepuscular, matizando el firmamento en degradados purpurinas deleitables a la vista. Se dejaba ver, diminuta, la mitad de una luna errante, apresurada por reclamar escena, y haciendo acto de escasa presencia, un séquito de estrellas parpadeaban en los cielos. Dicho panorama otorgaba sensaciones de cálido afecto, una solidaridad implícita, cómplice a quienes buscaban respuestas o calma mirando a las alturas. 

Y tal vez, en algún rincón del moderno Tokio, bajo ese vasto cielo solidario, conflagraban personas con vidas de desenlaces felices. E instintivamente, Kuroko rió, un jadeo trémulo, irónico, burlesco, pues en su caso, las culpas lo anclaban con estacas muy bien al suelo; una realidad asfixiante le comprimía en angustia; y ni los vientos orientales, la luna errante o el cielo con su falsa e hipócrita solidaridad mostraron compasión a su vida, que parecía tornarse, cada vez más miserable.

Apartando la atención del vidrial, despeinó sus cabellos de la nuca hacia adelante, suspirando cansado mientras cerraba los ojos. Ahora, de nueva cuenta volvía al hospital, si bien no postrado en una camilla con ganas insanas de copular, pero sí en extremo ansioso. Sentado en esa sofisticada e inquietante sala de espera; de tapizado floral en tonalidades pastel; columnas y vigas superiores cubiertas en madera pulida dando un aspecto 3D; muebles de cuero blanco  divididos entre sí  por maceteros ornamentales; una máquina expendedora de café cuyo aroma inundaba la sala.

Síndrome H .-  (KurokoNoBasket)Where stories live. Discover now