Concubina Mu: Los Verdaderos Sentimientos de la Concubina.

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Cuando Feng Xin se despertó su cuerpo estaba inmerso en agua tibia y sus manos estaban atadas con cuerda vinculante inmortal. Los sentidos tardaron más de lo acostumbrado en volver a él, sintió la pesadez de un estómago adolorido y la cabeza punzando con agotamiento, como si hubiera pasado demasiado tiempo durmiendo. La cuerda no estaba del todo apretada, no hubiera podido cortar su circulación sanguínea o lastimar su piel, pero aún estaba lo suficientemente firme para prevenir la ruptura.

Mirando el espacio que le rodeaba pudo darse cuenta que estaba en una recreación perfecta del Palacio Xuan Zhen, Feng Xin recordaba con exactitud la arquitectura y decorado general de la construcción, por lo cual, no tardó en reconocerlo. Sólo había un pequeño detalle que quizás el demonio HunLuan había ignorado pero que Feng Xin jamás podría haber pasado por alto: los pisos del palacio Xuan Zhen estaban compuesto por tablones de madera; el suelo de cerámica era opuesto a lo esperado.

Una segunda mirada le permitió percatarse a través de la ventana que el clima no parecía coincidir con la estación en transcurso; un día atípico dentro de una selección de días repetitivos. La noción de incongruencia generó cierta disconformidad en su estómago, pero decidió no prestarle atención, en cambio su mirada encontró el objeto de su fijación.

Un gruñido furioso subió a través de su tórax cuando notó la silueta que aguardaba silenciosamente en el umbral de la puerta, viendo hacia la nada absoluta, como si esperase. Tras escuchar la protesta silenciosa de Feng Xin, Mu Qing volteó su mirada hacia el hombre en la tina y sus pasos lo acercaron en su dirección; en cambio, Feng Xin quiso moverse, pero encontró que sus pies también estaban atados.

—Como habrás notado, no tienes muchas alternativas, por lo que sugiero te comportes.

—Cierra la maldita boca— las palabras fueron escupidas a través de dientes apretados—. No te atrevas a usar su imagen para intentar engatusarme.

Mu Qing rodó los ojos con fastidio.

Feng Xin observó la figura comenzar a moverse, y notando cada detalle, se dio cuenta que la apariencia del demonio HunLuan recordaba más a un Oficial Celestial que a un hombre gato. Ya no habían orejas ni una cola blanca, y además, podía visualizar una delgada capa de aura divina que resplandecía sobre la piel color tiza de... la cosa que pretendía ser Mu Qing.

Mu Qing vestía una túnica brillante de seda azul marina, que se solapaba a su silueta divinamente, resaltando cada contorno y cada curva de una manera en que resultaba difícil ignorarlo. Sus manos largas y diestras juguetearon sobre un conjunto de repisas dispuestas en una pared, tomó un par de cosas entre sus pertenencias personales y por último tomó un banquillo.

El Dios del arco miró a su contrario con el ceño fruncido y una expresión que crispaba los nervios, sin embargo, no detuvo al contrario de acercarse. Mu Qing se sentó a un lado de Feng Xin, sobre el banquillo; y sobre sus piernas desenrolló una toalla blanca que contenía una pequeña navaja, largas tijeras y una loción de quien-sabe-qué.

La mirada despectiva de Feng Xin se disparó hacia Mu Qing, el desvarío salvaje de un hombre que está dispuesto a defenderse con uñas y dientes brilló a través de irises dorados como miel fundida.

—Suéltame de una maldita vez.

—¿Debería? Sería una pena que volvieras a golpearme o se te ocurriera la gran idea de escapar.

—Ni siquiera huyendo a los confines de la tierra sería capaz de escapar de tu maldita ilusión. ¡¿Crees que soy idiota?! ¿¡Qué diferencia haría correr después de todos estos años!? ¡AÑOS, MALDITA SEA! ¿¡QUÉ GANAS CON AMARRARME AHORA!?

Lo que sea que hubiera dicho, pareció haber molestado al demonio; lo hizo presionar sus labios fuertemente en una tensa línea, con molestia o enojo de alguna clase. Muy parecido al gesto que solía hacer Mu Qing cuando era acusado falsamente de alguna cosa que realmente no había hecho.

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