Es que cuando me miras, las palabras sudan como gotas de lluvia, recorren tu cuerpo como el corcel del viento rápido y veloz.
¿Debería sentir celos?
De que aquellas gotas tengan ese privilegio de tocar tu cuerpo sin pedir permiso, ¿sin acordar un compromiso previo?
Esa mirada coqueteante al céfiro debería ser menos vanidosa, las flores se pueden poner celosas y frívolas porque le estás quitando a quien les moja sus pétalos de noche y día.
Veleidosa presumida regálame el as de tu sonrisa, ese hermoso mohín un gesto de nuestro amor compartir de prisa, esa carta escondida bajo la manga debería ser la que nos cambie la vida.
Es que cuando me miras, pierdo toda noción del tiempo y en ese momento me veo frágil ante el espejo que reflejan tus ojos.
Comprendo que al sentir celos, no es amor lo que siento, es obsesión y allí caduca el placer del amor que como cascada mis lágrimas rebozan la copa que yace frágil en tus manos, y el ébano no es más que un árbol tropical con peciolos cortos a ras de suelo, si me vuelves a mirar me pierdo como hojas de otoño al viento.
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