Me gustas, ¿te gusto?

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—Estás bien pendejo, Horacio.— inició un mexicano estridente, que guardaba una posición de brazos cruzados para enfrentar al susodicho.— No sé qué le viste al pinche niño asustado, cabrón.— sinceró mientras Gustabo reía y pringaba la cresta de su mejor amigo de tinte carmesí, trazando formas cómicas en el proceso con la maleable mata de pelo.

—Emilio, calla payaso. ¿Quieres un pincho en el estómago?— amenazó guardando su posición. Debía permanecer inamovible para que el rubio extendiera bien el mejunje rojizo.

—En la verga si te ves capaz, cabrón.— respondió, moviendo un poco al joven con un leve empujón. Gustabo enarcó una mueca de ofensa al ver cómo se ensució su camiseta nueva debido a la acción del Escobilla.

—¡Emilio cerdo, aparta!— berreó soltando un puñetazo al hombre. Al recibir el daño en el puente de la nariz retrocedió dolorido, sujetando la zona para mermar el dolor.— ¡Tío, que me he manchao'!

—Díselo Gustabo, díselo.— animó el, ahora, pelirrojo. No pudo eludir los pequeños tirones que sufrían sus comisuras, por lo que dejó escapar una sonrisa traviesa.

—Tú lo que quieres es un pinche putazo, pendejo.— se recompuso el agredido, listo para entrar en modo diablo.

—Vete a comer un culo Emilio, que te veo travieso.— mandó Gustabo. El mexicano rio ante las palabras, pero pronto dirigió la broma hacia el hombre sentado.

—Acá el único que quiere comer culo es su compa. El pinche rusito va a quitar su cara de pendejo cuando el crestitas le mame la verga, wey.— ambos hombres carcajearon, mientras Horacio dibujó una expresión de molestia. En estos instantes evocar la figura del comisario le producía jaqueca severa, a la par que una nauseabunda sensación bullir en su estómago. El radical rechazo de Volkov lo dejó descompuesto, sin apenas ilusión alguna en el amor, simplemente mendigando tras la ensoñación de un apasionado romance con su superior. Y todo el mundo era conocedor de tal irrisoria historia, incluso Emilio, que últimamente estrechaba lazos con ellos y sonsacaba los más clandestinos y bizarros secretos de los jóvenes. Más bien los de Horacio, porque Gustabo era una mala pécora y prefería relatar con gustosa claridad y precisión los confidenciales secretos que el menor le confiaba a él. Así había acontecido la situación actual, en la cual se encontraban en la casa del rubio desternillándose sobre su amorío no correspondido al mismo tiempo que Gustabo teñía al menor, como de costumbre.

—¿Habéis acabado ya o qué?— cuestionó con el ceño fruncido. Observó cómo Gustabo humectó su mano al retirar unas lágrimas que brotaron por la risa del momento.

—Tranquilo Horacio, el cabeza pequeña no es para tanto.— soltó el rubio, sin medir sus palabras ni las consecuencias que emanaban de las mismas.— Además, es un otaku sucio que huele a culo.— agregó gesticulando con las manos. Antes de que el chico despotricara sobre la actitud hacia un superior, el mayor de los dos hermanos condujo al otro a la bañera, sólo para que el menor se arrodillara e introdujera su cabeza en las inmediaciones de la ducha.

—Un pinche otako no merece tu atención, Horacio.— añadió Emilio, mientras el agua se tenía de un rojo intenso. Los grumos espesos y rojizos se tornaron líquidos al contacto con el agua, creando un riachuelo rojo que germinaba de la hilera de cabellos pelirrojos. Gustabo aclaró el pelo del joven con cautela, no aferrando excesivamente la mata rojiza ni tironeando de forma agresiva, pues Horacio lo mataría si arruinaba su aspecto con una calvicie precoz. Cuando el mayor le palmeó la espalda y cerró la corriente con una vuelta al grifo, se incorporó para proyectarse en el espejo.

—Está guapo, ¿sí o no?— inquirió el de pelo claro. El recién teñido ladeó su cabeza a ambos lados, para escudriñarse desde cada perspectiva. Le maravilla ese extravagante conjunto: cómo el rojo se mezclaba y se fundía a la perfección desde su cuero cabelludo hasta las puntas, sin amargar lo bohemio de sus prendas.

Intimacy - [Volkacio]Where stories live. Discover now