Amor

1.4K 138 98
                                    

Como estaba previsto, a la mañana siguiente Gustabo y Horacio se dirigieron al hospital para que le retiraran las escayolas al menor del dúo. Conway le dio el día al mayor para que lo acompañara por si requería ayuda o cualquier otra nimiedad, así que decidieron ir a comer una hamburguesa para celebrar la recuperación de las piernas del chico una vez le libertaron de sus restricciones. Aún cojeaba y de vez en cuando expulsaba algún quejido, pero como progresaba adecuadamente se dedicaron a saborear el desenfreno tan absoluto que caracterizaba a sus ganas de juerga constante. Sin embargo, no podían excederse en demasía para que la recuperación no estuviera abocada al fracaso, por lo que pronto el ojiazul enclaustró a su hermano en su casa para que no sufriera tentaciones de verse envuelto en alguna acción arriesgada para sus piernas. A pesar de ello, no estaba decepcionado; sino que lo corroía la ilusión y los nervios, porque Volkov se presentaría en su hogar nuevamente cuando las tonalidades vespertinas colorearan el firmamento –independientemente de que el ruso se negara en un principio, accedió por la insistencia del español–.

En esta ocasión no compró aperitivos ni vianda en general, pues se dedicarían a ver alguna película únicamente con palomitas y algún refresco. Extrajo del estand acristalado un amasijo de filmes de diversa temática, todos ellos como surtido para que eligiera el ruso. Si por él fuera probablemente visionaría en bucle Grease o Titanic, pero quería darle la oportunidad de decantarse por una distinta si así lo prefería. Igualmente inició Netflix por si lo requería, ya que su colección no era tan extensa como para abarcar cualquier capricho del ojiazul. De hecho, sólo se limitaba a carátulas románticas y alguna suelta de acción o misterio, ya que Gustabo lo obligó a no ser tan pasteloso y a rebuscar géneros que trastocaran sus cuadriculados márgenes cinéfilos. Batalló levemente con la televisión, que se congelaba por motivos que le eran un enigma; y, viendo que era incapaz de solucionarlo, se decantó por clausurar su sesión de Netflix para volver a introducirla. En ese momento, el timbre resonó, así que rápidamente alisó con sus manos sus prendas y cabello y atendió la entrada.

No fue ninguna sorpresa el toparse con Volkov del otro lado, pero aún así quedó maravillado por el atuendo del comisario. Una camisa con tonalidad vino se ceñía a su cuerpo, realzándolo y otorgándole un aspecto brutalmente sensual y sibarita que le robaba el aliento sin tapujo. Sus ojos de gamas azuladas que se degradaban con pinceladas grisáceas y avellana se hallaban ocultos tras sus características gafas de sol, pero aún así seguían con su intacto poder de seducirlo únicamente con posar su vista en él. Además, llevaba sus guantes de maniobra, lo que indicaba que justo se retiró de comisaría antes de llegar a la vivienda del pelirrojo. Todo, absolutamente todo, en él le embebía el oxígeno y lo invitaba a pecar.

—Estás muy guapo.— aduló el de cresta, pretrificando al extranjero por el repentino piropo.

—Ah... Gracias.— agradeció tras recomponerse como pudo. Recorrió el cuerpo del contrario.— Usted también se ve bien.— correspondió al reparar en la sudadera de diversos pigmentos y los pantalones de chándal holgados que vestía el español. Horacio sonrió y lo atrajo hacia su cuerpo, aferrándolo en un cálido apretón que al otro no le dio tiempo a devolver; pues el de orbes marrones lo apretaba envolviendo sus brazos y, consecuentemente, obstruía el movimiento de los mismos.

—Te quiero.— soltó mientras restregaba tiernamente su moflete contra el pecho del hombre. Volkov se ahogó con su saliva por la facilidad del de cresta para dedicarle esas dos palabras que, para él, se sellaban en su corazón con interminables capas de protección que impedían que desertaran su organismo y fueran pronunciadas por su boca. Y el pelirrojo intuía que le costaba, así que optó por no presionarlo ni imbuirlo a sincerarse.— No te preocupes si no te sale, ya me lo dirás.— dijo risueño, colocando su barbilla sobre el tórax del chico para poder mirar hacia arriba y dar con su rostro, todo ello sin soltarlo. Viktor se topó con los brillantes ojos de Horacio cuando devolvió la vista hacia abajo, no siendo capaz de eludir el pensamiento de que se veía particularmente adorable con esas chiribitas rebosantes de amor adornando sus pupilas. Y ya que el español no parecía ceder para desenrollar sus brazos, y la mayoría de su cuerpo en general, se vio obligado a abrazar sutilmente la figura de su amante sólo con sus antebrazos.

Intimacy - [Volkacio]Where stories live. Discover now